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Un ascenso parcial al Mantok 0

Jack Cramer  /  mayo 26, 2022  /  Lectura de 10 Minutos  /  Climbing

Lecciones de algo que pudo ser más serio en Alaska.

Grant Kleeves lidera el camino, liso como una pista de bowling. Glaciar Yentna, Alaska.

Todas las fotos por Drew Smith

La primera roca que cayó tenía el tamaño de un libro. El pálido trozo de granito daba vueltas en el espacio a una velocidad fascinante. Rebotó una vez. Dos. Luego dio directo en mi talón izquierdo. El impacto me hizo caer como un tirabuzón, en una extraña pirueta que terminó cuando quedé colgando del anclaje.

Esto no es justo, pensé. Ni siquiera deberíamos estar aquí.

Un ascenso parcial al Mantok 0

Mount Foraker, o Sultana, la segunda cumbre más alta de la cordillera de Alaska, vista desde el avión. Foto: Drew Smith

Era abril de 2021 en Alaska y estábamos a mitad de camino de la nevada cara este de un pico sin nombre. Al menos, pensé, era la cara este. Mi reloj indicaba que ya hace rato había pasado el mediodía, pero aún nos estábamos quemando bajo el sol. Los montículos de más arriba estaban recibiendo la misma energía solar y había poco que pudiera sugerir que esa primera roca pudiera ser la última.

Habíamos volado hasta acá con el objetivo de escalar una nueva ruta en Mount Russell. Este macizo triangular se eleva por sobre el extremo sur de la cordillera central de Alaska. Una selección de viejas fotografías, imágenes satelitales y comentarios de la comunidad nos convencieron de que había un camino de dificultad moderada en dirección a su virgen cara noroeste.

Máxima gloria, mínimo esfuerzo, pensamos. Todo lo que teníamos que hacer era llegar hasta ahí.

Tras meses de entrenamiento y preparación, la moral aumentaba mientras volábamos hacia nuestro destino en un pequeño avión. Pero las delicadas condiciones de la nieve en el glaciar Chedotlothna, bajo la cara, hicieron que nuestro piloto cancelara cualquier opción de aterrizaje. En cambio, nos dejó a 14 kilómetros en la vasta extensión del glaciar Yentna. La distancia podría haber sido abordable, pero distintos obstáculos de naturaleza glaciar descartaron a Mount Russell como una opción realista. La autocompasión se dejó caer por un momento antes de que nos diéramos cuenta de que estábamos rodeados de innumerables otras posibilidades. Entonces desviamos nuestra atención del Russel y en su lugar planificamos escalar uno de los picos sin nombre que rodean al glaciar Yentna.

Un ascenso parcial al Mantok 0

La cordada contempla el espectáculo de luces antes de su aventura alpina por el Mantok 0.

La primera mañana en nuestro inesperado nuevo hogar la pasamos leyendo reportes de viajes previos al área. La información era escasa. La sección principal del Yentna parecía recibir solo una visita de escaladores cada pocos años. Freddie Wilkinson y una variedad de cordadas había marcado las líneas con mejor aspecto a finales de los 2000, pero un rápido reconocimiento sobre los esquíes reveló la cantidad de cosas que permanecían aún sin escalar.

Drew Smith, Grant Kleeves y yo descansábamos un una isla de rocas en el medio de un mar de nieve virgen para hacer un plan. Ambos crecieron en familias trabajadoras en el oeste rural norteamericano. Tienen un hablar suave y son gentiles hasta la médula, lo que a menudo es una excelente contraposición a mi irritabilidad perpetua.

En la década que ha pasado escalando juntos, Drew ha sido consistentemente ordenado, calmo y positivo, rasgos ideales si estás buscando con quién compartir una cueva en la nieve. Grant, en contraste, a menudo parece ser un desastre ambulante caminando sobre terreno plano. Sin embargo, no he conocido a nadie que se mueva con tal velocidad y gracia en secciones de hielo empinado.

Mientras compartíamos un café fortificado con mantequilla y coco, divisamos una forma de alcanzar la cima de una puntiaguda cumbre sin nombre. El pico descansa a lo largo de un filo que corre entre el Mantok II y el Mantok I, por lo que empezamos a llamarlo Mantok 0. Lo que pretendíamos era conectar una serie de rampas nevadas y estrechas canaletas por su cara este hasta alcanzar un filo escarchado que esperábamos nos llevara hasta la cumbre.

Un ascenso parcial al Mantok 0

“Miré hacia arriba para encontrar una amenaza del tamaño de un microondas dando tumbos en el aire. Rebotó una vez, liberando un montón de proyectiles, antes de colisionar con la nieve unos pocos metros más arriba de donde Grant se aferraba a sus piolets”.

Emprendimos el rumbo durante la noche bajo el misterioso fulgor de una suave aurora boreal. La aprensión bloqueó todo tipo de plática. El ritmo estable de los esquíes deslizándose bajo los pies era el único sonido además de las ocasionales ráfagas de vientos catabáticos. Mi mente alternaba entre intensos ataques de duda y optimismo. El amanecer se prolongó por una eternidad mientras un rayo sol subártico se deslizaba a lo largo, en lugar de sobre, el horizonte.

La normalidad volvió en la base de la pared cuando nuestros pensamientos se volcaron a las tareas familiares. Los arneses estaban bien cerrados, los crampones asegurados y las cuerdas ordenadas al tiempo que bromeábamos con que la aproximación había tomado el doble de lo que esperábamos. Grant se estaba equipando cuando Drew preguntó, “¿No se siente un poco cálido para ser Alaska?”.

Su pregunta quedó dando vueltas por un momento mientras mi ambición buscaba una excusa para negar la realidad. Antes de que el silencio me forzara a aceptarlo, Drew se interrumpió a sí mismo con una segunda pregunta clarificando la ruta que habíamos planeado para la escalada. Agradecí el cambio de tema. Unos pocos minutos después, Grant comenzó a puntear el primer largo.

Nos reunimos en la parte baja de la montaña mientras la luz del día revelaba nuestro espectacular entorno. Hielo o roca hacia todas las direcciones. Un pico no escalado tras otro. La única señal de la existencia humana eran nuestras propias huellas de los esquíes.

Grant y Drew completaron sólidamente sus largos, progresando con la nieve hasta las canillas, antes de que fuera mi turno de puntear. Estaba sudando en cuestión de minutos. Me desvestí hasta quedar solo con una primera capa. Luego sudé un poco más. El calor era innegable. Yo continuaba el ascenso.

Un ascenso parcial al Mantok 0

Pocos días después de su improbable salvada en el Mantok 0, el trío intentó otro pico sin escalar, pero terminó abandonando nuevamente tras un día y una noche en la ruta.

Eventualmente el ángulo se hizo más empinado y me detuve en la base de un pequeño bloque de roca para preparar lo que parecía ser una escalada más complicada ahí arriba. Mientras Grant y Drew alcanzaban mi posición, la primera roca cayó y golpeó mi talón, a lo que siguieron el dolor, el alivio y los lamentos irracionales sobre la justicia en las montañas. Me puse de pie para probar el talón. Dolía, por cierto, pero aún se sentía funcional.

“Pensé que estaríamos seguros bajo este bloque”, me disculpé. “Definitivamente no lo estamos”.

Drew apuntó a una fisura de unos 12 metros que se extendía a lo largo de una pared más empinada a nuestra izquierda. Grant ya había comenzado a desplazarse hacia ella. Su cuerpo fibroso se movía con una eficiencia robótica. Piolet izquierdo, pie izquierdo. Piolet derecho, pie derecho. Repite.

A mitad de camino lo detuvo una lluvia de spindrift. Compañeros de equipo siempre solidarios, Drew y yo nos reímos mientras el manantial de nieve polvorienta encontraba su camino al interior del cuello y las mangas de Grant. Cuando el spindrift finalmente se detuvo, siguió adelante. Pero su progreso se detuvo nuevamente con el retumbo de una roca cayendo.

Miré hacia arriba para encontrar una amenaza del tamaño de un microondas dando tumbos en el aire. Rebotó una vez, liberando un montón de proyectiles, antes de colisionar con la nieve unos pocos metros más arriba de donde Grant se aferraba a sus piolets. Se levantó una nube blanca a la que le siguió un gemido lastimoso.

Drew tomó las cuerdas para reducir la fuerza de lo que estaba seguro era un cuerpo flácido cayendo sobre mi anclaje. Pero la nube se despejó y Grant seguía exacto donde estaba.

“¡Grant! ¿Estás bien?”, grité.

Silencio.

“¡Grant, dinos si estás bien!”, suplicó Drew.

Más silencio.

“Ah… Yo… Ah… yo”, tartamudeó Grant. “… Creo que estoy bien”.

Movió su cabeza lentamente de un lado al otro.

“¡Increíble!”, contesté. “¡Entonces sigue!”

“¡Seguir a dónde?”, preguntó.

Con Drew intercambiamos una mirada nerviosa.

“A la izquierda”, dijo Drew calmadamente. “Sigue haciendo la travesía hacia esa fisura”.

“Oh, sí…”, recordó. “Dame un segundo”.

Hizo una pausa para tomar un largo y profundo respiro. Luego prosiguió con la travesía. Sus movimientos, que antes eran robóticos, ahora parecían inestables.

Un ascenso parcial al Mantok 0

Asegurado en la cordillera de Alaska durante un día menos soleado.

Con Drew quedamos paralizados al ver su progreso. Cuando comenzó a patear sobre una roca en la base de la fisura intercambiamos otra mirada nerviosa. Grant luchó para armar un anclaje en lo que se veía como una fisura bastante obvia. La demora era angustiante. Drew desenredaba un nudo mientras yo jugaba con mi arnés. Cualquier cosa para distraernos de la creciente e inexplicable demora. Tan pronto como Grant gritó “libre”, nos apresuramos por alcanzarlo.

Cuando llegamos hasta Grant, vimos que su casco estaba golpeado y que había un corte en su mochila. Pero, aparte de eso, mostraba la misma sonrisa gentil de siempre. Se las había arreglado para ubicar la reunión bajo un desplome que nos protegía de más caídas de roca. Drew examinó el cráneo y los hombros de Grant y solo encontró una abrasión menor. Yo le pregunté dónde estábamos y lo que había pasado. Contestó todo competentemente.

Una calma extraña se asentó entre nosotros. Hace solo momentos habíamos estado a 600 metros del suelo, en una pared inescalada con un derrumbe a nuestro alrededor. Ahora estábamos a salvo.

Nos acomodamos para esperar que llegara la sombra y volviera a congelar los montículos circundantes. Suspendidos en esta absurda ubicación, me sorprendí de nuestra decisión de escalar a pesar del calor. Todos estábamos emocionales. El ánimo se recuperó pero la conversación se detuvo una vez que bajó la adrenalina. En el silencio que siguió, me puse a rumear sobre mi propia equivocación. ¿Por qué ignoré tan evidentes señales de advertencia?

Soy reacio a admitir que esta no fue la primera vez que ignoraba un exceso de calor en la montaña. Tres años antes, el aire inmóvil y la luz solar directa soltaron una enorme roca que destrozó la pierna de mi cordada. Con la ayuda de varios escaladores cercanos y un helicóptero de la armada argentina ella sobrevivió a un agonizante y prolongado rescate. La idea de que no había aprendido nada de esa pesadilla era casi demasiado perturbadora como para enfrentarla. ¿Por qué mi tolerancia al riesgo estaba tan descalibrada?

Hay una creencia entre ciertos ludópatas de que lo más afortunado que puede ser alguien al visitar un casino por primera vez es perder todo su dinero. Para quienes corren esa suerte, el dolor de una pérdida inicial puede ser tan severa que los aleje de las mesas y los tragamonedas por el resto de sus vidas.

Un ascenso parcial al Mantok 0

Grant se aventura a lo desconocido en la segunda pared virgen del viaje.

Según esa lógica, durante la primera década que pasé en las montañas fui extremadamente desafortunado. Año tras año disfruté de un constante éxito contra posibilidades cada vez más improbables. Y esos sentimientos de éxito nutrieron un insaciable apetito por más.

Por un tiempo, esto fue posible mientras mis habilidades crecían acorde a mis objetivos, pero eventualmente no pudieron seguirles el paso. Para sobrellevar esa deficiencia, sustituí la seguridad por la habilidad, lo que me permitió disfrutar del éxito por un poco más de tiempo.

Es una sustitución sencilla de hacer. Obviar una protección o escalar desencordado es una decisión liberadora que puede mejorar tu velocidad sustancialmente. Y cuando ese tipo de decisiones dan frutos, a menudo es celebrado.

Esa mañana decidimos ignorar un pronóstico soleado y con temperaturas inusualmente altas. Esa indiferencia nos dio la oportunidad de escalar durante un día en el que sabíamos que no debíamos hacerlo. Es fácil enfocarse en cómo este error casi resulta en una tragedia, pero lo que me parece aún más aterrador es cómo el mismo error podría haber resultado en éxito. Si hubiéramos estado tan solo 60 metros más arriba en el momento en que ocurrió el desprendimiento de la roca, habría sido un suceso seguro más abajo y poco se habría interpuesto entre nosotros y la cumbre. Había estado increíblemente cerca de otra apuesta, otro póker de ases.

La sombra creció a nuestro alrededor mientras llegaba a esta conclusión. Pasaron un par de horas sin más caídas de roca antes de que, a regañadientes, decidiéramos bajar. Yo fui primero, rapeleando con delicadeza para minimizar la carga sobre nuestro anclaje y mi adolorido tobillo. Grant y Drew me siguieron en silencio, sumidos en sus propios pensamientos. Después de varios rapeles más y bastante desescalada, llegamos a la seguridad del glaciar

Al día siguiente tratamos de dormir, pero las temperaturas dentro de nuestras carpas pronto alcanzaron niveles tropicales. Afuera, bajo el sol enceguecedor, brindamos por nuestra supervivencia con champaña. Las copas de metal que levantamos estaban manchadas de café y sus notas ácidas tiñeron el dulce de las burbujas. Nuestra euforia estaba teñida de su propia acidez, una inevitable sensación de fracaso.

Un ascenso parcial al Mantok 0

Izquierda: Secando unos pies empapados.
Derecha: El autor abraza el calor del campo base.

Todavía pienso en ese peculiar brebaje. Una parte de alegría, una parte de tristeza. ¿Cuán diferente hubiera sido ese estado de ánimo si hubiésemos evitado la caída de roca y alcanzado la cumbre? Seguramente, el aura del éxito habría enmascarado cualquier duda sobre la toma de decisiones.

Por otro lado, si hubiéramos reconocido lo peligroso del calor y dado la vuelta en la base, dudo que lo hubiéramos celebrado. La decisión habría sido la correcta, pero habría habido poca retroalimentación para confirmarlo.

En términos de cumbres, el viaje fue un fracaso. Sin embargo, estoy cada vez más agradecido de nuestra decepción. Es una sensación poco placentera, no cabe duda, pero sirve como valiosa retroalimentación para ajustar mi actitud en relación al riesgo. No planeo dejar de perseguir cumbres, pero con un poco de suerte y un par de fracasos más, podría aprender a hacer apuestas más inteligentes en las montañas.

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