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Criando para la naturaleza

 /  septiembre 8, 2021 Lectura de 4 Minutos  /  Comunidad

Ashe y Christin Brown son madres de una niña de 3 años, Quest, a quien quieren criar con un aprecio por la diversidad del mundo natural.

Quest, de tres años, juega bajo el cielo azul afuera de su casa en Santa Bárbara, California.

Todas las fotos por Keri Oberly

A Ashe y Christin Brown no les complica llamar la atención.

“Christin tiene un pelo azul intenso y yo tengo este enorme afro rubio. Llamamos la atención donde sea que vamos”, dice Ashe. “Nos propusimos no conformarnos nunca, ni cambiar nuestra apariencia o alejarnos de nuestras raíces negras como si no perteneciéramos. Como resultado, creo que la gente a veces quiere saber, ¡¿quiénes son estas dos?!”, dice Ashe.

Aunque pasan sus días vendiendo té, tinturas y remedios herbales como propietarias de Pura Luna Apothecary en Santa Bárbara, California, también son madres y quieren criar a Quest, su hija de 3 años, con una valoración por la diversidad del mundo natural.

Criando para la naturaleza

Quest juega en casa con sus mamás, Ashe y Christin Brown, quienes han estado juntas por casi 20 años y llevan casadas más de una década.

Ashe se declara como una “madre de espíritu libre”, lo que Christin dice equilibrar con un enfoque un poco más disciplinario y cauteloso. Pero juntas están decididas a criar una niña que se sienta cómoda al aire libre.

“Cuando Quest trepa un árbol, Christin piensa en lo peor que podría suceder, pero yo mantengo la visión de que Quest va a trepar el árbol y va a disfrutar un buen momento”, dice Ashe. “Es bueno que Quest pueda ver diferentes enfoques porque demasiada libertad la puede llevar a lastimarse y muy poca hace que el mundo sea un lugar aterrador y restrictivo. Con la exposición a ambos, sabemos que puede manejar su propia seguridad”.

Este balance, dice, es el que le permite a Quest pensar dos veces, procesar su entorno antes de embarcarse en algo nuevo y aprender a confiar en sí misma y en su criterio.

“Tratamos de criarla para ser libre y salvaje, en consonancia con sus ritmos naturales”, dice Ashe. “Es diferente a como fuimos criadas nosotras. Había tantas reglas y una estructura arraigada respecto de cómo las cosas debían ser y verse, que perdimos contacto con la forma en que nuestros ancestros veían el mundo”.

Esta perspectiva está enraizada en el camino personal de Ashe hacia la maternidad. Luego de años de intentar concebir y de descubrir que los tratamientos de quimioterapia recibidos al luchar contra el cáncer durante su infancia pueden haber afectado su fertilidad, se embarcó en un viaje individual a Costa Rica. “Encontré un centro de bienestar en medio de la jungla. Estaba sentada en silencio en una habitación cuando me di cuenta de que el ruido más fuerte que escuchaba no eran los grillos, eran mis pensamientos. Mi búsqueda y el profundo deseo de ser madre me llevó a apreciar verdaderamente el poder curativo de la naturaleza”.

Desde entonces, ha convertido en una prioridad el hacer un par de viajes sola cada año para reconectarse con ella misma, una práctica que Christin ha adoptado para ella también. “Cuando se fue sola por primera vez me llamó para decirme: ‘Ahora lo entiendo. Siempre pensé que necesitabas escapar de nosotras, pero necesitaba esto’. Es un momento para reestablecer quién eres y qué quieres mientras tomas un descanso de la permanente toma de decisiones y la necesitad de hacer concesiones”.

Para ayudar a inculcar en Quest esta independencia y conexión, Ashe y Christin eligieron inscribirla en dos escuelas outdoor en Santa Bárbara, donde pasa sus días haciendo obras de arte con palos y barro y aprendiendo sobre cómo se cultivan los alimentos en las granjas cercanas, no las típicas actividades preescolares.

Criando para la naturaleza

Quest trepa un árbol mientras sus madres, Ashe y Christin, la miran. Santa Bárbara.

“Cuando vamos por Quest la encontramos cubierta de barro. Ella ama eso”, dice Ashe. “Ella no tiene problema con estar sentada, simplemente maravillándose con las plantas durante horas, porque es algo que le presentamos cuando era pequeña, y que experimentamos a diario”.

La diferencia es notable, agrega. Cuando los niños de la edad de Quest salen a jugar en el barrio, están rodeados de juguetes de plástico, juegos electrónicos o autos a control remoto. “Quest simplemente se sienta ahí a jugar con piedras y palitos, como los niños solían hacer antes. No entiendo por qué los niños necesitan tanto estímulo y mucho menos un teléfono celular”, bromea Ashe.

Ver una higuera de la calle crecer cada día ayuda a Quest a aprender cómo los pequeños brotes se transformarán en frutas y las diminutas hojas serán más brillantes, numerosas y grandes para el verano. Y cultivar una planta en una maceta a partir de semillas le ayuda a comprender que, al igual que ella, necesitan alimento, luz solar y espacio para crecer.

“Necesitamos recordarle a los niños que el mundo natural está en constante cambio. Nada se mantiene igual, esa es una lección de la naturaleza que también sirve para la vida”, dice Ashe.

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