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En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Robbie Phillips  /  agosto 24, 2020  /  Lectura de 11 Minutos  /  Climbing

En el transcurso de un mes encontramos una línea, subimos todo nuestro equipo, intentamos escalar, fallamos, encontramos una nueva línea, la equipamos desde abajo en siete días, intentamos liberarla, rescatamos a nuestro compañero cuando se quebró una pierna, lo evacuamos de Madagascar, regresamos a Tsaranoro con un hombre menos y la liberamos en tres días, culminando en el primer ascenso de Blood Moon (5.13c / 8a +).

Me despierto temprano con el deslumbrante calor del sol africano. Colgando a 400 metros de altura en una enorme pared de granito en el centro de Madagascar, todo lo que puedo ver es negro y azul, el color del granito malgache cuando se encuentra con el cielo y, coincidentemente, el mismo color que hay en grandes áreas de mi cuerpo por el abuso constante de escalar big walls. La conexión que tiene un escalador con una ruta es a menudo directamente proporcional a la cantidad de sangre, sudor y lágrimas que derramada. Creo que es por eso que me enamoré de este tipo de escalada, sucio, masoquista y totalmente desquiciado.

Mis manos palpitan, el dolor punza en cada dedo, pequeñas chispas de agonía estallan a través de las ampollas y cortan el ritmo de mi corazón. Eso pareció un pensamiento profundo hasta que entendí que solo necesitaba levantarme. Si aprendí una cosa, es que el dolor desaparece cuando empiezas a moverte, pero siempre es un comienzo difícil. Al menos la pared no está congelada. Una pequeña ampolla roja parece formarse en mi nariz; eso sí que va a afectar mi carrera de modelo.

Madagascar ha sido un lugar que quería visitar desde que leí sobre él en Parois de Légende de Arnaud Petit, ¡un compendio de los mejores destinos y rutas de big Wall y varios largos del mundo! “Leer” es un término relativo ya que todo está escrito en francés, un idioma que no hablo. Pero entre las fotos y las ocasionales palabras de etimología común, entendí lo esencial. La mayoría de los escaladores británicos se ha inspirado en Extreme Rock, de Ken Wilson—la colección más importante de rutas de escalada tradicional extrema en el Reino Unido—pero es Parois de Légende el que despertó mi interés. Algunos de los lugares que describe parecen tan exóticos y tan aislados que llegar a ellos es el desafío. Sabía que si no lo hacía suceder, simplemente no lo haría, así que decidí hacer planes.

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Las grandes paredes de granito de Tsaranoro me han inspirado desde que era un niño leyendo sobre ellas en “Parois de Légende”, de Arnaud Petit. Visitar Tsaranoro y escalar estas paredes fue un sueño hecho realidad. Foto: Alastair Lee

El viaje

Emprendí el rumbo con dos amigos, Alan Carne (59, expatriado británico que vive en Verdon, Francia) y Calum Cunningham (21, un montañés del noroeste de Escocia), y luego se nos sumó Alastair Lee (cineasta). Entre los tres teníamos una relación poco probable, ¡pero éramos un equipo a tener en cuenta (si eras una gran pared)! El plan era abrir una nueva ruta en una de las grandes paredes de Tsaranoro, un objetivo que nunca habría subestimado, pero tampoco podría haber previsto las penurias que habríamos de soportar.

Para mí, este viaje fue más que una nueva experiencia de escalada, fue cultural. Fue caótico y sensorial. Madagascar parecía no tener reglas. Las cosas sucedían o no sucedían. Si se suponía que un autobús llegaría a las 3 p.m., podría aparecer una hora, un día o una semana más tarde. ¿Quién lo habría imaginado? Sin embargo, lo único seguro era que nadie tenía prisa, así que si el autobús llegaba ahora o dentro de tres días, realmente no importaba … excepto para mí.

Después de varios días de viajes caóticos, llegamos a Tsaranoro exhaustos. Pero la vista de esas grandes y hermosas paredes de granito se deshizo de nuestra fatiga. Como escalador, es natural sentirse atraído por estas increíbles y asombrosas formaciones rocosas, pero hay algo más que la tentación de la escalada que agita el alma, algo que los escaladores y los no escaladores sienten.

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Mamá siempre me dijo “una casa ordenada es una mente ordenada”. ¡Quizás por eso la mía está un poco desordenada! Entre períodos en la pared, rapeleábamos de vuelta a la base de la pared y nos relajábamos. El suelo era irregular, con rocas y raíces, así que dormíamos sobre las cuerdas enrolladas como un colchón. Foto: Alastair Lee

El comienzo

Las caras rocosas de Tsaranoro están casi completamente desprovistas de fisuras o vetas en las que colocar protección natural. Por esta razón, se ponen chapas liderando (desde abajo) en el primer ascenso, para así proteger al primero de cordada de una caída. Cuando era más joven, no podía imaginar a nadie trepando estas roca selladas, agarrándose de unos pocos milímetros de roca con la punta de los dedos. Aprendí que la técnica consistía en colocar un gancho de acero forjado, conocido como skyhook, en el borde de la pared, y luego cargarlo con todo el cuerpo para liberar las manos y así perforar para colocar un perno. ¡Una maldita locura! Años más tarde usaría este método bastante seguido en el desarrollo de rutas en grandes paredes, pero esa sensación de cargar lentamente el skyhook, el sonido de la roca crujiendo bajo la punta de metal afilado y la incertidumbre de si la roca lo aceptaría o no todavía me da los escalofríos.

Como siempre sucede en un lugar nuevo, es importante conocer el terreno. Por lo que hicimos algunas rutas existentes mientras estudiábamos los topos para aprender a dónde iba cada ruta y qué posibles líneas ocultas aún quedaban por escalar. Después de una semana de exploración, identificamos dos potenciales líneas en la pared más grande, la más empinada y, en mi opinión, la más atractiva: el Tsaranoro Atsimo, de 700 metros. Una línea que, estaba seguro, se podría liberar. La otra línea parecía mucho menos probable: estaba totalmente sellada y no tenía rutas vecinas, lo que en retrospectiva era una gran señal de advertencia. Pero no había venido a Madagascar para pasar usar mi tiempo en cosas fáciles; fui por el desafío y la aventura y, por lo tanto, la elegida tendría que ser la línea más difícil.

Después de tres días en la pared, llegamos a un callejón sin salida. Si hubiéramos tenido la suerte de encontrar agarres, esta línea habría sido una joya de la escalada. Sin embargo, sin correr el riesgo de un potencial accidente, no pudimos encontrar las mejores líneas. Afortunadamente, todavía quedaba una línea por probar.

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Nos tomó cinco horas equipar el crux de Blood Moon desde abajo. El taladro colgaba de mi cadera mientras removía trozos de roca para descubrir formas ocultas. Me dolía el cuello de tanto mirar hacia arriba, analizando el mundo vertical y tratando desesperadamente de encontrar una respuesta al enigmático rompecabezas rocoso. Mis único respiro vino al poder fijar el skyhook en unos bordes de no más de un milímetro para colocar el siguiente perno: la roca crujió bajo el diente de metal mientras la pared decidía si aceptaba mi peso. La tensión aumentó hasta que la roca se calmó, tolerando mi peso y permitiendo mi relajo. Cuando finalmente liberé el largo, me di cuenta de que había encontrado la única línea en medio del granito totalmente sellado: ¡un final perfecto para una escalada perfecta! Foto: Alastair Lee

La reina de las líneas

No me había dado cuenta antes de lo perfecta que era la otra línea; se abría camino entre dos gigantescas rayas negras, pintadas paralelas entre sí a lo largo de casi toda la pared. Me recordaba unas huellas de neumático dejadas por un enorme auto de carreras.

El intento inicial fue poner bolts y establecer la línea. No teníamos la intención de liberarla. Este estilo de escalada tiende a ser bastante lento; yendo de perno en perno durante días, no te “empopeyas” pero sí que sientes la escalada en el cuerpo. Al tercer día, llegamos a los 400 metros. Desde el suelo, había divisado lo que parecía ser el primer crux, una protuberancia con algo de inclinación entre los eternos slabs café oscuro. Había tres opciones: a la derecha parecía desplomada y un con capas delgadas, hacia arriba parecía desplomada y sellada, y la izquierda no parecía tan desplomada, pero tenía más bordes.

Elegí la izquierda, sintiéndome más seguro de poder abrirme camino a través de las pequeñas regletas en el terreno menos desplomado. Las siguientes cinco horas me entregaron una de las escaladas más emocionantes de mi vida; con movimientos largos entre pequeños bordes no más grandes que una falange, sin protección y luego enganchándome con el skyhook en los pequeños bordes para colocar el siguiente anclaje. Una sonrisa me acompañó los primeros tres cuartos del largo, delirando por la emoción y la posibilidad de abrir uno de los largos más fenomenales de escalada técnica que jamás hubiera visto. En los últimos 10 metros del largo, el ángulo se redujo, el color de la roca se oscureció y, de repente, todos los agarres buenos se volvieron pequeños y afilados, cristales espinosos. Libré una batallas cara arriba, moviéndome por instinto y desbloqueando la secuencia a pura voluntad y determinación. Tuve varias caídas grandes desde el crux antes de acceder al territorio y sobre un delgado borde vidrioso de 6 milímetros desde el cual pensé que podría engancharme para taladrar.

Hasta aquí había llegado con un runout y no me atraía caer desde este punto, así que coloqué el gancho en el borde, cargándole peso lentamente y aún agarrándome firmemente a los bordes a cada lado pero cediendo más y más a medida que el hook se llevaba el peso. Y entonces, ¡BANG! El skyhook voló y me golpeó en la boca. Perdí el equilibrio, sosteniéndome con una mano antes de lograr frenéticamente volver a poner la otra en el borde. Puse mi lengua sobre mi diente y sentí una punta afilada. “¡Mierda!”

Olvidando dónde estaba, le grité a Alan y Calum: “¡¿Cuánto cuesta arreglar un diente?!”. La posible amenaza financiera tuvo prioridad por un momento antes de recordar que todavía estaba sujetándome de la pared y todavía estaba muy por encima de la última chapa. Aferrándome con una mano, tomé el taladro y logré perforar la roca lo suficiente como para poner el skyhook en el cabezal del taladro y sentarme desde ahí. Con más tiempo en mis manos, levanté la vista y vi el final del largo. ¡Sabía que podíamos escalarlo!

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Alan Carne cayó cuando estábamos a 200 metros del suelo en nuestro primer intento a Blood Moon. Una fractura abierta destrozó su tibia y peroné. Tuvimos que bajarlo de la pared y darle primeros auxilios en la base de la ruta. Nunca había lidiado como algo como eso antes, pero hicimos una férula con palos y protectores de cuerda y le levantamos la pierna con cintas atadas a la rama de un pequeño árbol. Foto: Alastair Lee

Quiébrate una pierna…

Después de seis días en la pared, terminamos de equipar la línea. Lo único que quedaba por hacer era escalarla. Nos tomamos unos días para descansar y recuperarnos antes de regresar a la colina para luchar por el ascenso libre. Alastair Lee acababa de unirse al equipo para capturar parte de la escalada para una película. La energía era positiva y estábamos entusiasmados.

Apenas dormí esa noche en la base de la pared. Me quedé mirando la enorme entidad negra, una figura monolítica de una oscuridad más profunda que el cielo nocturno. Habíamos dedicado tanto tiempo, energía y recursos a esta ruta que comencé a sentir que la presión comenzaba a asomarse. ¡Se estaba acabando el tiempo!

Esa mañana fue como cualquier otra mañana en Tsaranoro. El sol salió lentamente sobre las montañas, pero la temperatura subió brutalmente por minuto. La noche de insomnio hizo poco para disuadirme y por la mañana me sentí rejuvenecido, como si hubiera dormido profundamente en mi propia cama. Había tensión en el aire. Esto era lo que todos habíamos estado esperando: los meses de preparación y las semanas de arduo trabajo de búsqueda y creación de la ruta nos habían llevado a este momento.

Estábamos unos pocos largos arriba en la ruta y era el turno de Alan para puntear. Desde el anclaje más abajo se lo veía un poco tembloroso. No había escalado adecuadamente en varias semanas y sus movimientos parecían algo rígidos, sencillamente no era él mismo. Recuerdo haberme preguntado si le gustaría que tomara la punta de la cuerda, pero no le pregunté. Tengo mucho respeto por Alan y lo último que quería hacer era insultarlo. Además, solo eran los primeros metros del largo y seguro que encontraría su ritmo.

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Después de la caída de Alan, esperamos en la base de la pared hasta que llegaron una docena de lugareños armados con una camilla de la vieja escuela. Nos turnamos para llevarlo por el largo, empinado y sinuoso camino de tierra hasta el campamento. Desde allí, fueron cinco horas en automóvil hasta el Hospital de Fianarantsoa, y otras 24 horas antes de ser evacuado a La Reunión, a 1.5 horas de vuelo. Alan soportó el viaje con solo unos pocos analgésicos para aliviar su agonía. Foto: Alastair Lee

Sin previo aviso, Alan salió despegado de la pared, la crujiente laja que sostenía en su mano izquierda se quebró y, en cámara lenta, vi cómo su pierna giraba alrededor de mi cabeza, como si una fuerza lo arrojara por los aires hasta que la cuerda lo contuvo en pleno vuelo, enviándolo directamente de vuelta a la pared en un arco descendente. El grito de Alan fue como una marejada de miedo y conmoción, seguido de la imagen de su pierna, torcida, destrozada y ensangrentada. La comprensión de la gravedad de la situación se produjo mucho más tarde. Entré en piloto automático solo para sacarlo de la pared y ponerlo en la relativa seguridad de tierra firme. Rapeleamos en tándem, Alan se acunó en mis brazos mientras gritaba y lloraba en mi hombro. En la base de la pared, Alastair y yo administramos primeros auxilios mientras esperábamos a que llegara la gente de la aldea con una camilla.

Tomó una hora sacar a Alan de la pared, varias más para llevarlo a la aldea y luego la pesadilla de las cinco horas de viaje al hospital en la parte trasera de una estrecha camioneta por sinuosas carreteras llenas de baches. Después de 24 horas en un hospital poco preparado para lidiar con su condición, Alan fue evacuado a La Reunión.

El accidente de Alan pesó mucho sobre nosotros. Nos recordó los peligros de nuestro deporte y subrayó la falta de equipos de rescate de montaña y asistencia médica de fácil acceso. Los riesgos aquí fueron mucho mayores de lo que habíamos anticipado. Me debatí sobre si continuar la escalada. En el hospital, Alan había dicho que esperaba que termináramos. El suyo había sido un accidente fortuito. Ciertamente era algo a tener en cuenta, pero más que nada, quería volver. Era por eso que habíamos venido aquí y, por Alan, sentí que teníamos que escalar esa ruta.

En Madagascar, buscando granito y nuevos límites

Algunas personas le temen a la oscuridad, pero es mi momento favorito para escalar. Solo ves lo que quieres ver. El abismo de 500 metros bajo tus pies se ilumina solo hasta donde llega la luz de tu linterna frontal. La burbuja de luz te protege de lo desconocido, lo que permite vislumbrar las únicas cosas que realmente importan en el mundo vertical: los pequeños cristales sobre los que se posa el borde de tus zapatos bota y los bordes del granito a los que se aferran las puntas de los dedos. Foto: Alastair Lee

¡De vuelta en la pared!

DAR LA CARA, COMENZAR Y CORREGIR
De vuelta en la pared y asándonos con el calor, estábamos en el segundo día de nuestro segundo intento a esta nueva ruta y nuestra piel ya estaba sufriendo. Tuve la suerte de escalar el crux (5.13c/8a+) al primer intento y en condiciones menos que ideales, pero Calum lo estaba pasando mal con el calor. Y lidiaba con mis propios demonios: el eco de los gritos de Alan resonando en mi cabeza y la idea de que algo similar le sucediera a Calum o a mí.

La energía de Calum se agotó, su piel estaba destrozada. Tenía poco sentido para él continuar probando el crux. Y nos estábamos quedando sin provisiones. Nos vimos obligados a comer avena seca con proteína de chocolate en polvo. Seguí considerando diferentes opciones que nos entregaran la mayor posibilidad de éxito. Eventualmente elaboré un plan: Calum me apoyaría esa noche para tratar de llegar lo más humanamente lejos posible en la pared, luego descenderíamos al portaledge para darle a Calum más tiempo de concentrarse en el crux al día siguiente.

A las 2 a.m., estaba a solo un largo del final de la pared, pero tendría que esperar: rapeleamos de vuelta, básicamente deshaciendo todo el trabajo duro de esa noche, pero dándonos la mejor oportunidad de encadenar esto como equipo.

Sangre, sudor y lágrimas
Después de varios intentos fallidos al día siguiente, Calum terminó el crux a punta de unos arañazos desesperados. Y así, en otro largo día de escalada que se prolongó hasta altas horas de la noche, lentamente regresamos a donde nos había dejado la noche anterior, con Calum liderando todos los largos que aún tenía que escalar antes de que finalmente hiciéramos cumbre como equipo.

No hay una forma de escalada que sea más demandante, tanto que al final no puedas negar que esa ruta te cambió. Escalar grandes paredes requiere que sobrevivas en los ambientes más severos mientras llevas tu cuerpo y tu mente a su limite, para luego demandar aún más. La única forma de logarlo es con inteligencia, resistencia y una camaradería inquebrantable. Escalar grandes paredes me enseñó que la cumbre nunca es la recompensa. Te deja con algo intangible pero invaluable. Cuando salimos de Madagascar, dejamos ahí una parte de nosotros mismos, pero estábamos más completos que cuando llegamos. Esa es la belleza, y la razón, por la que me enamoré de este tipo de escalada, sucio, masoquista y totalmente desquiciado.

En recuperación…
Después de dos semanas en el hospital, Alan se sometió a una cirugía en la pierna. Varios meses después, recuperándose en su casa en Francia, su pierna todavía no estaba sanando bien. Le encontraron una bacteria malgache infectaba la herida, lo que requería otra cirugía. Desde entonces, Alan se ha recuperado por completo y ha vuelto a escalar en Margalef, España. Ahora planea escalar en los Alpes europeos en el verano y volverá a Madagascar conmigo en un futuro cercano.

Mira la película
Blood Moon, la película de Alastair Lee, captura toda la aventura loca y se puede ver en línea aquí.

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