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Denis Tuzinovic  /  febrero 17, 2022  /  Lectura de 8 Minutos  /  Worn Wear

El viaje de un refugiado de guerra bosnio hacia una vida de activismo comunitario.

Antes de la guerra de Bosnia, Denis Tuzinovic y su madre a menudo preparaban el almuerzo y caminaban hasta el río Una, donde esperaba convertirse en un mejor nadador y tener el coraje suficiente para darle una probada a los rápidos. Foto: Andrew Burr

El día que nos fuimos comenzó como cualquier otro día.

Con mis amigos nos reunimos en la casa de nuestro profesor y luego caminamos juntos a la escuela. Era el 15 de mayo de 1994. Teníamos 8 años y jugamos en el patio hasta que sonó la campana, luego hicimos fila y esperamos que nuestro maestro nos hiciera entrar. Unas horas más tarde, llamaron a la puerta del salón de clases. Mi mamá entró y supe que algo andaba mal.

“Denis, te vas”, me dijo un compañero luego de que mi profesor y mi madre salieran para conversar. Todos en el salón me miraban. Recuerdo sentir pánico y emoción al mismo tiempo porque no sabía lo que implicaba “irse”. Semanas antes, mi familia había empacado las maletas en caso de que tuviéramos que irnos en cualquier momento.

Antes de la guerra y el genocidio de Bosnia, con mis amigos de Bosanski Novi, Bosnia y Herzegovina, recogíamos flores silvestres y jugábamos en el bosque cada primavera. Cuando caían las primeras nevadas toda la ciudad salía a esquiar y andar en trineo. Mis primeros veranos los pasé nadando en los ríos Una y Sana. Nuestras vidas giraban en torno al Una, donde aprendí a nadar y donde las familias se reunían para hacer picnics sentados sobre la toba que bordeaba las orillas.

Cuando llegó la guerra cenábamos en el piso para evitar que nos vieran los francotiradores. Nuestro garaje se convirtió en un refugio para los vecinos cuando no era seguro para ellos en sus casas. Era frío y oscuro, y la instrucción era que me quedara en un rincón y me mantuviera en silencio. Escuchábamos disparos y sirenas. Cuando las granadas golpearon nuestra mezquita, se sintió como si todo el mundo temblara. Recuerdo que le pregunté a mi abuelo si nos iban a matar y me aseguró que estábamos a salvo.

Eventualmente, nuestra familia también tuvo que esconderse. Pasamos varias noches con familiares y amigos porque allanaban las casas y las familias eran separadas o asesinadas. En otras ocasiones, mis abuelos nos enviaban a mi mamá y a mí a escondernos en el bosque detrás de casa. El lugar que alguna vez había sido mi patio de juegos se convertía en un lugar que me protegía del mal. Temía mirar los ríos, porque era común ver a los muertos de las ciudades vecinas flotando por el Sana.

Mi mamá regresó al salón de clases y me hizo señas para que me acercara a ella. Me dio un abrazo y me susurró: “Despídete de tus amigos. Tenemos que irnos ahora”. No recuerdo mucho de nuestro camino a casa o de nuestra conversación. Estoy seguro de que me explicó lo que estaba pasando y lo que se esperaba de mí. Nuestros amigos y familiares más cercanos nos esperaban en casa, con lágrimas en los ojos. Salí ese día con mis abuelos, mi tío y mamá. Poco después, mi ciudad fue limpiada étnicamente de todos los bosnios. No he vuelto desde entonces.

Recuerdo un viaje en tren y luego comer cerezas en una habitación de hotel. Mi mamá me dice que estaba tan asustado ese día que mi abuelo salió a buscarme un bocadillo para calmarme. Luego, un frío viaje en autobús a Croacia organizado por UNPROFOR (una fuerza para mantener la paz de las Naciones Unidas). En un puesto de control, los hombres y las mujeres fueron separados y nuestros bolsos fueron registrados. Afortunadamente, las autoridades no encontraron un casete de cuentos para dormir que había empacado. Los casetes no estaban permitidos porque podían usarse para grabar eventos que hubiésemos presenciado. De haberlo encontrado, probablemente no estaría aquí para contar esta historia.

Pasamos los siguientes meses en un campo para refugiados en Croacia, donde compartimos un espacio con otras familias que huían de la persecución. Mi mamá y yo tuvimos que quedarnos más tiempo que los demás debido a un problema con mi pasaporte, pero finalmente llegamos a Bremen, Alemania, donde vivimos en una base militar con refugiados de todo el mundo. No hablábamos alemán, así que dependíamos de nuestra comunidad bosnia para salir adelante.

En Alemania me asignaron un salón de clases con otros refugiados. Una vez que comencé a aprender a hablar alemán, me integraron en una clase de habla alemana, lo que me puso nervioso. ¿Se burlarían de mí los niños? ¿Me iba a gustar mi nuevo maestro? “Dennis” era un nombre popular allí, pero mi nombre se destacaba porque solo tenía una n y mi apellido no era fácil de pronunciar. Todos me llamaban “Denis Tu”. No me importaba.

Parte del plan de estudios de nuestra escuela era ir de campamento. Todos los años hacíamos una excursión al bosque donde nuestros profesores organizaban búsquedas del tesoro y nos animaban a explorar. En cuarto grado, criamos renacuajos en el estanque detrás del salón de clases y aprendimos sobre los ciclos de vida de las ranas. Un viaje de estudios al Mar del Norte me dejó boquiabierto: fue la primera vez que vi cómo era la marea baja. Exploramos el fondo marino expuesto y aprendimos sobre los animales que se esconden en pequeñas piscinas. Cada uno de estos viajes incluyó lecciones sobre la importancia de proteger el medioambiente.

Nuestras visas expiraron cuando yo tenía 10 años, justo cuando comenzaba a sentirme cómodo en Alemania. Mi mamá dijo que teníamos la oportunidad de vivir en los Estados Unidos, un país del que sabía poco además de lo que había visto en el programa de televisión Beverly Hills 90210. Con nuestras pertenencias empacadas en bolsas blancas estampadas con letras azules, marcadas para la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), viajamos de Bremen a Frankfurt, a Nueva York y luego a Chicago, donde cinco de nosotros nos instalamos en un apartamento de una habitación.

Fui objeto de burlas en mi nueva escuela por no hablar inglés y eso me obligó a querer asimilarme. Veía los programas de PBS y leía los subtítulos, decidido a aprender el idioma y perder mi acento. Esa es la primera vez que recuerdo haber querido olvidar mi pasado y convertirme en estadounidense. Me uní a un Proyecto Multicultural de Jóvenes en un centro comunitario local, una organización que brindaba a los refugiados la oportunidad de compartir sus experiencias. A través de este programa pude asistir a una cumbre de liderazgo en Colorado, un viaje costoso que mi familia nunca hubiera podido pagar.

Ver las Montañas Rocosas por primera vez y saber que estaba allí gracias al apoyo de un proyecto comunitario me puso en un rumbo que se convertiría en el trabajo de mi vida. Todavía no sabía qué ni como sería, pero sabía que quería hacer algo relacionado con el activismo comunitario y el aire libre.

Gdje Su Svi Dobrodošli (Donde todos son bienvenidos)

El autor, a los 15 años, en las Montañas Rocosas de Colorado. Agosto de 2001. Las organizaciones comunitarias le dieron a Denis la oportunidad de aprender sobre diferentes culturas y conectarse con el aire libre. Foto cortesía de Denis Tuzinovic

Ir a la universidad fuera del estado no era una opción para mí porque no podía dejar sola a mi madre después de todo lo que habíamos pasado y todavía nos estábamos adaptando a nuestra vida en los EE.UU. A lo largo de mis 20 trabajé en un campamento de verano en el norte de California ayudando a los niños a conectarse con el aire libre y enseñándoles a navegar y acampar. Cada año se hizo un poco más difícil dejar la naturaleza y regresar a la jungla de cemento de Chicago.

En 2016, cuando tenía 30 años, seguí a mi pareja a Colorado y solicité un trabajo en la tienda de Patagonia en Denver. Estaba nervioso antes de mi entrevista, no era escalador y no estaba seguro de ser aceptado o si encajaría. Todo el equipo me dio la bienvenida desde el principio y me di cuenta de que este era el lugar para profundizar y comenzar mi carrera profesional. Todavía me mantengo en contacto con mis antiguos superiores y colegas.

Dos años más tarde Patagonia lanzó la campaña Blue Heart (Corazón Azul) para proteger los ríos que fluyen libremente en Bosnia y en toda la región de los Balcanes. Durante el estreno de la película escuché a las personas en la pantalla hablando mi lengua nativa y, por una vez, no tuve que leer los subtítulos. Fue un momento importante para mí en múltiples niveles: no mucha gente en los EE.UU. sabía sobre Bosnia y Herzegovina o sobre la guerra. Más importante aún, me trajo preciados recuerdos de mi hogar antes de la guerra, el río Una me recordó tiempos más felices. Si el río fuera destruido, algunos de esos recuerdos seguramente se desvanecerían junto a su flujo natural.

Mi camino como activista continúa hoy y mi trabajo, mi diversión y mi activismo no están separados el uno del otro. Como coordinador ambiental y líder de sala de ventas en la tienda Patagonia de Seattle, trabajo con organizaciones locales sin fines de lucro para promover la justicia social y ambiental. En mi tiempo libre soy voluntario en diferentes organizaciones, incluidas SR3 (una organización para la rehabilitación de vida silvestre marina con sede en Seattle), Winter Wildlands Alliance, Raincoast Conservation Foundation y otros.

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La pesca del día. Denis trabajando de voluntario en SR3, el primer hospital de rehabilitación de vida silvestre marina en el noroeste del Pacífico. Foto: Andrew Burton

En noviembre 2020 rompí la manga derecha de mi Down Sweater. A través del programa Worn Wear, de Patagonia, me comuniqué con nuestro taller de reparaciones local en Seattle para ver si podían agregar los colores del Orgullo como parte de la reparación. Durante años, quise crear conciencia sobre la falta de representación de la comunidad LGBTQ+ en la comunidad al aire libre. Rara vez se nos incluye en el marketing y parece que solo se nos celebra durante el mes del Orgullo, cuando todas las empresas cambian su logotipo para celebrar la ocasión. Pero cuando llega el 1 de julio los logotipos vuelven a la normalidad. Tengo la esperanza de que la industria outdoor se vuelva más inclusiva y haga un mejor trabajo al establecer las actividades al aire libre como lugares seguros donde todos, todas y todes se sientan bienvenidos. ¿Cómo esperamos que otros defiendan algo cuando no han estado expuestos a ello?

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Denis ha ayudado a crear nueve reparaciones del Orgullo y hay más en proceso. Foto: Andrew Burton

Esta chaqueta representa el viaje de mi vida para convertirme en activista. Me gusta pensar que cada color cuenta una parte diferente de mi historia, desde sobrevivir a la guerra hasta aprender a convivir con diferentes culturas y encontrar mi camino en la comunidad al aire libre como hombre gay. También es un tema de conversación, una señal para las personas queer de que también pertenecemos en estos espacios. Es un símbolo visible de inclusión, igualdad, aceptación, Orgullo y mi compromiso de luchar por los derechos ambientales y humanos, para siempre.

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