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Una relación con todas las cosas

Alexandera Houchin  /  julio 20, 2022  /  Lectura de 6 Minutos  /  Mountain Biking

Al aprender su idioma ancestral, una mountain biker descubre una forma distinta de relacionarse con las palabras, con ella misma y con su comunidad, así como de andar en su bicicleta.

“Biidaanakwad (las nubes se acercan)”. Autorretrato de la autora, artista y atleta de alta resistencia, Alexandera Houchin.

Nota de la autora: Quiero dejar claro que estas palabras e ideas representan la perspectiva solo de una persona nativa. Yo no hablo por todos los nativos, ni hablo por mi Nación Tribal.

Cuando monto mi bicicleta pienso mucho en las direcciones: el giro a la derecha que se aproxima o la curva arenosa hacia la izquierda que acabo de recorrer, los árboles que se yerguen hacia arriba, el sendero que desaparece debajo de mí y los largos kilómetros por delante que aún tengo que cubrir.

He pasado cientos de horas y miles de kilómetros contemplando esas palabras, palabras que, para la mayoría de los angloparlantes, se refieren nada más que a dónde estamos y qué nos rodea. Pero a medida que aprendía Ojibwemowin, mi idioma ancestral, comencé a repensar esas direcciones. El idioma que hablamos da forma a la comprensión de nuestro papel en el mundo y me di cuenta de que el inglés nos pone en el centro… y, de alguna manera, determina nuestro sentido de responsabilidad hacia él y cómo le rendimos cuentas.

Mi primera fascinación por el inglés como idioma se remonta a una serie de libros llamada Amelia Bedelia, la que leí cuando era niña y que me obsesionó en los años que siguieron. Escribí diarios y prosa, estudié gramática y exploré formas en que la escritura potenciaba mi capacidad para expresar mis ideas y conflictos internos. Lo que comenzó como curiosidad, sin embargo, se convirtió lentamente en una relación más compleja.

Una relación con todas las cosas

Los nombres sí importan. Alexandera pedalea a través de un verde escenario en el sendero de Akiing Anishinaabe, un nombre Ojibwemowin que se traduce como “Tierra indígena” al inglés. Duluth, Minnesota. Foto: Hansi Johnson

Dediqué gran parte de mi educación universitaria a estudiar a los nativos norteamericanos y eventualmente me encontré tomando un curso de lingüística sobre lenguas indígenas globales. Aprendí que muchos de estos idiomas son polisintéticos, es decir que las palabras se componen de varios morfemas para transmitir ideas más importantes.

Varios de estos idiomas nativos describen y orientan al hablante de manera tal que este interactúa en toda la existencia en lugar de hacerlo desde su centro. Ellos enfatizan que la vida humana no es más valiosa que cualquier otra forma de vida y que no puede existir por separado del resto del mundo natural. El ojibwemowin está entre ellos.

Una de las primeras frases de Ojibwemowin que aprendí fue giga-waabamin. Esto es lo que decimos cuando nos separamos, vagamente similar a un “Te veo luego” en inglés. Pero la estructura de la palabra es lo importante aquí. Correctamente traducido, gigawaabamin significa: “Vas a ser visto más tarde, por mí”. El enfoque aquí es la otra persona y la relación que hay entre nosotros.

Es en estos matices estructurales que comencé a comprender las formas en que mi cerebro angloparlante ha puesto al yo, a mí misma, en el centro de mi existencia en este planeta. Al comprender esto vino una profunda sensación de pérdida. Nunca voy a hablar el ojibwemowin como mi primer idioma y ​​todas las formas en que me he orientado a lo largo de mi vida son egocéntricas.

Una relación con todas las cosas

¿Cómo sería si la palabra “silla” no se refiriera al objeto sobre el que nos sentamos sino a la relación entre nosotros y un objeto? En idiomas como el Ojibwemowin, nosotros nos somos el punto de referencia central de todas las cosas. Somos tan solo una parte del mundo que nos rodea. “Bizaan-ayaa (Ella está calmada)”. Artista: Alexandera Houchin

Entonces me puse la tarea de desaprender estos egocentrismos. Empecé a pegar notas adhesivas con definiciones Ojibwe en cosas de mi casa: la puerta, el horno, el grifo. Pero fue la palabra Ojibwemowin para silla —apabiwin— la que realmente me atrapó.

Las palabras ojibwe están compuestas por varios morfemas, así que dividí la palabra apabi y win: apabi, un verbo que significa “él/ella se sienta sobre algo” y win, un sufijo que convierte el verbo en un sustantivo. Me di cuenta de que si me sentaba en la mesa, también se podía hablar de esa mesa como apabiwin. O, si comí comida de mi silla, ella podría llamarse adoopowin, que también es la palabra Ojibwemowin para “mesa”.

Eso es porque la forma en que nos relacionamos con las cosas está integrada en nuestro idioma. ¿Qué significa para mí que una silla sea “silla”, en inglés, si no estoy sentada en ella?

Cuanto más profundo iba, más me confundía. ¿Por qué nosotros, como angloparlantes, usamos locativos como “delante de”, “detrás de”, “a la izquierda de” y “a la derecha de”, frases que solo son útiles desde una única perspectiva estática, en lugar del punto cardinal (norte, sur, este, oeste) que se pueden usar en cualquier parte? Una persona de la tribu australiana Guugu Yimithirr, por ejemplo, te diría que “mires hacia el oeste” o “dirígete hacia el norte”, en lugar de “mira hacia atrás” o “gira a la derecha”, las que son inútiles en el momento en que te das vuelta.

Darme cuenta de esto me enfureció, igual como si me hubieran robado algo. Si hubiera crecido aprendiendo a orientarme en relación con el mundo, tal vez ahora no tendría que esforzarme tanto para estar en relación con todas las cosas.

Una relación con todas las cosas

Ser vista más tarde, por ti. La autora posa a en el sendero de Akiing Anishinaabe. Duluth, Minnesota. Foto: Hansi Johnson

A medida que aprendía nuestro idioma, empecé a ver las formas en que el inglés no logra entretejer la humildad en la forma en que nos comunicamos entre nosotros. Me encontré desarrollando relaciones más profundas al interior de mi comunidad para así sentir una conexión profunda con mi propia humanidad y mis propias carencias. Y busqué formas de llevar estas lecciones a la práctica como nativa contemporánea usando mis pasiones fuera del territorio indígena.

Pasé muchos años afanada con la idea de que tenía que 1) elegir ser india completamente dentro de mi comunidad tribal o 2) seguir cualquier otro camino y dejar mi indigeneidad en mi reserva. Había sentido tanta presión, impuesta o no, para ser grandiosa, para vengar las atrocidades sufridas por mi madre y mi tía, mi abuela y todas los que las precedieron. Ellas sufrieron para que yo pudiera vivir esta vida privilegiada.

No hubiera pensado que mi afinidad por el ciclismo me proporcionaría ese camino. Lo que comenzó como moverme en bicicleta se convirtió en viajar en bicicleta y, finalmente, en competir en bicicleta, hasta que, en 2018, gané la carrera femenina de mountainbike de Tour Divide. Creo que no fue porque fuera la más rápida, sino porque era la primera vez que miraba una carrera de bicicletas a través del lente de una estudiante del idioma Ojibwemowin. La carrera y el trayecto no se trataban tanto de conquistar y ganar, como sugerirían las definiciones en inglés. En cambio, vi el recorrido como un camino hacia la ceremonia y las personas que corrían a mi lado como mis familiares compartiendo la misma experiencia. Como nativa del siglo XXI, me di cuenta de que así es como sostengo el espacio de una manera contemporánea.

Se trate de una carrera de bicicletas o de un libro infantil, el idioma que hablamos revela la forma en que nos relacionamos con el mundo que nos rodea. Mientras continúo explorando nuestro idioma y enseñanzas ancestrales, me siento bendecida al saber que los secretos para liderar el mino-bimadiziwin, el concepto ojibwe de “la buena vida”, están entretejidos en la forma en que vivimos en relación con los demás. Es al comprender y creer en eso que los invito a acompañarme en este viaje para descolonizar nuestras visiones del mundo.

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