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Nuestro pequeño refugio en el mundo

Erna L. Adelson  /  junio 22, 2022  /  Lectura de 5 Minutos  /  Worn Wear

Una oda al equipo outdoor más simple.

Erna Adelson deja volar “La Mantita”. Ramona, California.

Todas las fotografías por José Mandojana

El caluroso día de agosto en el que Ian y yo compramos La Mantita en una tienda de la ciudad de Culver, en California, estábamos de camino a Zuma Beach en Malibú. Éramos jóvenes outdoor con una vida nada fácil en Los Ángeles, que era donde podíamos tener un mejor pasar. Llevábamos saliendo unos pocos meses con precaución y mucho optimismo. “La Mantita” fue la primera cosa que compramos juntos y de la que compartimos propiedad. Tejida toscamente en un grueso algodón, estaba hecha para servir como cobertor para una cama tamaño queen, pero nuestra intención nunca fue taparnos con ella. En vez de eso, la vislumbramos en campings, en parques, en la montaña, en la playa (¡como Zuma!). Era una “mantita para toda ocasión”, lo suficientemente grande para que ambos pudiéramos tendernos sobre ella.

Ese invierno tomamos el camino largo para visitar a la familia de Ian durante las fiestas: de Los Ángeles a Sacramento cruzando por Santa Bárbara y Big Sur. Ambos fuimos a la universidad en Santa Bárbara y pasamos allí los mismos cuatro años, así que tendimos La Mantita sobre esa playa llena de recuerdos mutuos y tratamos de determinar si es que nos habíamos conocido en alguna parte antes de que nos presentaran en el cumpleaños de un amigo en común un par de meses atrás. Se sentía más como una reunión que como el comienzo de una nueva unión. La Mantita rápidamente se convirtió en el lugar donde podíamos compartir secretos y sueños, un lugar donde podíamos reencontrarnos.

Al verano siguiente desplegamos La mantita en un parque público, una audaz mancha verde en el medio de nuestra compleja y desértica metrópolis, para celebrar nuestros cumpleaños que estaban muy cerca el uno del otro. Nuestra Mantita se convirtió en un mantel, húmedo y lleno de migas, teñido de rojo por el vino al igual que nuestros dientes.

Nuestro pequeño refugio en el mundo

Izquierda: Ian Ryan y Erna comparten un momento.
Derecha: La mantita se gana sus características manchas de pasto y encanto.

El primer lugar donde vivimos juntos fue un dúplex en el medio de Los Ángeles, con una delgada línea de césped que daba a una vereda siempre congestionada de gente, perros y autos. De todos modos, nos tendíamos sobre la mantita, escuchando el constante zumbido de la autopista. Un día, nos dijimos que deberíamos vivir en un lugar donde no escucháramos el tráfico. Tendríamos una camioneta para transportar cosas y conducir largas distancias y tendríamos un auto eléctrico para manejar en la ciudad. Tendríamos dos gatos, un perro y, para mí, un caballo. Tendría que ser un lugar rural. La Mantita, una alfombra mágica que nos transportaba al futuro, olía a pasto fresco y zinc.

El otoño siguiente, llevamos La Mantita con nosotros desde Los Ángeles hasta Santa Bárbara y, mientras disfrutábamos de un picnic con burritos y pastel de chocolate sobre el pasto del ayuntamiento, decidimos casarnos.

Cuando llegó la pandemia, La Mantita quedó en la cajuela del auto, que llevaba seis meses estacionado y sin uso, hasta que la frustración por estar aislados fue mayor al miedo de salir a la aventura nuevamente. Apilamos nuestras cosas sobre La Mantita, nos escapamos a Santa Cruz y allí acampamos durante una semana en el parque estatal Henry Cowell Redwoods en un sitio rodeado de antiguas, enormes y rugosas secuoyas. Por primera vez dormimos bajo La Mantita. Se llenó de polvo y barro, y nosotros estábamos inmundos. Yo estaba embarazada y me comenzaban a doler los lugares donde el bebé presionaba contra mi columna, pero aún así, La Mantita bajo las estrellas fue el antídoto perfecto contra estar encerrados, asépticos y asustados de todo.

Nuestro pequeño refugio en el mundo

El mejor asiento en casa para la hora de los cuentos. Ian, Erna y su hijo Marty se sientan rodeados de libros en el patio.

Durante el postnatal, pasaba mucho tiempo sola con Marty, nuestro bebé pandémico. Su presencia, su necesidad de nosotros y su maravillosa existencia eran abrumadoras. La transitada calle tan cercana a nuestra puerta era intolerable, nos sofocábamos en el dúplex. Los ataques de ansiedad y las crisis nerviosas que llegaron con la depresión postparto eran más fáciles de manejar cuando estaba en movimiento, cuando podía ver el cielo, por lo que llevaba al bebé al aire libre muy seguido. Le daba de mamar, le cambiaba los pañales y lo hacía dormir la siesta sobre La Mantita, que tenía manchas de pasto y a menudo se embadurnaba de pomada para las rozaduras.

A menudo íbamos al parque Kenneth Hahn de Los Ángeles, donde armaba un campamento sobre la Mantita y miraba a otras madres que paseaban empujando las carriolas, sin saber cómo acercarme a ellas. Se suponía que todas debíamos aislarnos unas de otras. Para bien o para mal, La Mantita creaba una frontera segura para nosotros. La inquebrantable Mantita se convirtió en nuestro propio país, nuestro refugio en el mundo.

Cuando Mar Mar, Martoodles, nuestro pequeño Marciano, cumplió seis semanas, Ian y yo lo llevamos a su primer viaje a Spooner’s Cove, la idílica playa en el Parque Estatal Montaña de Oro, uno de nuestros cuatro lugares favoritos para visitar. Con sus caminos anchos y planos y sus piscinas con mareas adecuadas para niños, sabíamos que nos podíamos sentir cómodos en nuestro reciente estado de paternidad y maternidad. Estiramos La Mantita, la bandera de nuestra pequeña nación, y nos quedamos hasta que el sol se puso.

Desde entonces, La Mantita ha vivido de manera permanente en uno de nuestros vehículos, muchas veces arrugada, sucia y llena de arena, orgullosa de sus manchas, olores y el uso de nuestra última excursión. La mayoría de las personas la habrían cambiado ya por otra nueva, pero yo no podría. La Mantita es un recordatorio constante de dónde hemos estado y siempre está en perfecto estado para el próximo viaje.

Nuestro pequeño refugio en el mundo

Erna dobla y guarda cuidadosamente La Mantita hasta la próxima vez.

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