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Medicina en la punta

Todd Prodanovich  /  agosto 19, 2022  /  Lectura de 10 Minutos  /  Surfing

Un intercambio de olas y prácticas culturales indígenas en la costa del pacífico mexicano.

Marc Chavez, a la izquierda, y Reg Macarro, a la derecha, camino a remar en una larga punta izquierda en algún lugar de Michoacán, México.

Todas las fotos por Scott Soens

Es media mañana y estoy parado bajo una palapa construida en el delgado umbral entre cobblestone beach y la densa selva de Michoacán, en México. En el agua veo a David —un surfer local del pueblo nahua— ponerse de pie en una izquierda de poco menos de dos metros y agacharse para ejecutar un giro profundo antes de alcanzar el labio y salpicar lo que queda de él en dirección al cielo. Justo detrás de él viene Reg Macarro, quien se inclina para un largo giro frontal acariciando el agua con una gracia que evoca él estilo de Tom Curren. Verlos juntos de esta manera, celebrando las olas del otro, me dice Marc Chavez más tarde, es la razón por la que comenzó los retiros Surf and Food as Medicine (Surf y Alimento como Medicina), que duran una semana y son organizados por Native Like Water, un programa juvenil intertribal sin fines de lucro con sede en San Diego, California.

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David es un surfista indígena local del pueblo nahua y uno de los surfers más duros que existen. Él construyó una bodega y una palapa en la punta y regularmente invita amigos a surfear y cocinar pescado fresco.

Marc tiene 51 años, pero jamás adivinarías su edad al conocerlo. Es alto, está en forma y su cabello largo hasta los hombros está salpicado solo por unos pocos mechones grises. Además, su tendencia a comenzar sus oraciones con un “hermano” a veces lo hace parecer un grom demasiado grande. Pero cuando habla de cosas que no son olas, como el legado de la colonización y sus esperanzas para la juventud indígena, se ve que es un alma antigua, profundamente reflexivo y que no teme a ser vulnerable.

“Hace casi 500 años, Juan Rodríguez Cabrillo navegó desde esta parte de México hasta el sur de California en una misión colonizadora que perjudicó a los pueblos nativos”, explica Marc. “Hoy estamos construyendo una relación diferente entre estos dos lugares y los pueblos nativos”. La familia nahua de David ha vivido en esta costa desde tiempos inmemoriales; Reg es un surfista payómkawichum y ojibwe, de 16 años, oriundo de Temecula, California. “Estas son dos naciones indígenas conectándose de una forma alegre”, dice Marc.

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Marc derrocha estilo desde la parte baja de una izquierda juguetona.

Durante los últimos días nos hemos alojado en un tranquilo pueblo playero de la costa de Michoacán, surfeando el impactante beachbreak frente a nuestro hotel o manejando a una punta idílica, una izquierda ligeramente suave, similar a Lower Trestles que funciona igualmente bien para principiantes y avanzados. Fuera de las olas, hemos estado comiendo deliciosas preparaciones vegetarianas y de frutos del mar preparadas por Carolina, una chef invitada. Ella dirige Gaia Bowls, en Nayarit, y se especializa en crear comidas simples pero inmensamente sabrosas con ingredientes cultivados localmente. Todo es parte de este retiro de Surf and Food as Medicine.

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Carolina, of Gaia Bowls, preparó todas las comidas para el grupo. Como este falafel, todo era saludable y delicioso.

Por más de 20 años, Native Like Water ha buscado reconstruir la conexión entre la juventud indígena y el océano a través de la educación, la mentoría y el surf. Cada año, el programa de becas de la organización reúne en California a adolescentes y adultos jóvenes indígenas de todo Norteamérica entorno a un amplio currículum que ha incluido visitas guiadas a la Institución Scripps de Oceanografía junto a un científico climático y talleres de construcción de embarcaciones tradicionales de tule con un anciano Kumeyaay, siempre seguidas por sesiones de surf al atardecer. Para Marc, este énfasis costero es especialmente significativo para la juventud indígena, cuyos antepasados vivieron y se recrearon en la costa por miles de años antes de ser empujados a las reservas del interior por el gobierno estadounidense. Pero el retiro Surf and Food as Medicine es diferente para Marc, un poco menos académico en el sentido tradicional y mucho más personal.

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Reg corre por la playa después de surfear una vibrante derecha de arrecife antes de subirse al auto para buscar una aún mejor más abajo.

Marc creció en el Valle de San Gabriel en la década de 1980, cuando la violencia de las pandillas y la policía era algo común. “Me asaltaron, apuñalaron y golpearon en la cabeza”, dice Marc. “Casi muero un par de veces”. La playa estaba a 45 minutos, pero cuando aprendió a surfear, eso era todo lo que quería hacer. En la universidad comunitaria, estudió sobre la historia del surf para un proyecto y, por primera vez, se dio cuenta de los orígenes del surf en cuanto a una práctica cultural indígena.

Marc también es descendiente del pueblo nahua, indígenas de México y América Central. Siempre supo que su madre nació en la ciudad de Colima, en el interior, y que todavía tenía familia en el área, pero solo recientemente se enteró por un primo que su abuela había vivido en las colinas que miran algunas de sus olas favoritas en Michoacán.

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Con nada más que un bodyboard y buenas vibras, Sophie es parte del equipo de Native Like Water y ayudó a organizar el viaje.

“Mirando atrás hacia esa realización, pienso en lo que vemos en las tortugas de mar”, dice Marc. “En esta área vemos miles de tortugas marinas llegando a la costa, poniendo huevos y nuevas tortugas que salen de su cascarón y caminan hacia el mar. Estas tortugas nacen con este sentido de dónde está su hogar, e incluso después de viajar miles de kilómetros a través del océano, se sienten atraídas por él y pueden sentir el camino de regreso. Antes incluso de saber que mi abuela había vivido aquí, a lo largo de esta costa, la intuición me había llevado de vuelta al mismo lugar exacto. La que esto significa ha tardado un tiempo en asentarse en mí y creo que todavía lo estoy asimilando”.

Frente a la ola favorita de Marc en su costa ancestral, un grupo de unas doce personas se ha reunido bajo una palapa para compartir quesadillas hechas a mano con tortillas de maíz azul —prensadas nada menos que por la mamá de David— antes de salir a la sesión del mediodía. Si bien el retiro está abierto a todo tipo de personas, la mayoría de los asistentes hoy día son de diversos orígenes indígenas. Palomx es una música de ascendencia mixteca que se conectó con Native Like Water por redes sociales y vino al retiro para comenzar a reparar su relación con el océano después de una traumática experiencia infantil con el surf. Ricky Medina y su hijo, Andrés, son surfistas de San Diego de ascendencia yaqui que vinieron para compartir olas el uno con el otro, así como para compartir su profundo conocimiento de las prácticas culturales indígenas con el grupo. Reg viajó a México con su padre, Mark, quien no es surfista pero se enorgullece cada vez que su hijo inclina su cuerpo para dar un suave giro a la derecha.

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Reg y su pá, Mark, en un perfil padre-hijo.

“Estoy muy feliz de que tenga esta oportunidad para disfrutar del surf”, dice Mark, quien creció en Colton, California, antes de mudarse a Santa Bárbara para asistir a la Universidad de California y eventualmente establecerse en Temecula, donde sirve como Presidente Tribal de la Banda Pechanga de los Indios Luiseño. “No creo que la oportunidad estuviera ahí para mí cuando tenía su edad. La cultura del surf era completamente diferente: estaba dominada por los blancos en el sur de California. Había surfistas punk y surfistas nazis y era ‘solo para locales’. Eso no hacía alusión solo a la gente de ese barrio, creo que también tenía un sesgo racista. No había nada en él que se sintiera como una invitación, así que elegí concentrar mis energías en otro lugar. No sé exactamente cuándo cambió el mundo del surf y se abrió de esta manera, pero me alegro de que lo haya hecho y de que organizaciones como Native Like Water estén aquí haciendo conexiones entre las personas”.

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De izquierda a derecha: Ricky y su hijo Andrés, Mark y su hijo Reg, Coby, Palomx , Sophie, Marc y David.

La carga del pasado reciente de la cultura del surf no parece pesar sobre su hijo Reg. Uno de los más jóvenes en el retiro, con solo unos pocos años de surf a su haber, Reg disfruta cada momento en el agua: es el primero en entrar, el último en salir y claramente no está allí solo para disfrutar del océano. También está allí para intentar despegar desde un poco más atrás y girar con un poco más de energía en cada sesión. Cuando hace una pausa para pensar en el contexto histórico de los pueblos indígenas en el océano, no se siente atascado por él, más bien se siente inspirado por el pasado más profundo del surf.

“Cuando comencé a surfear, veía muchos videos sobre el origen del surf y fue muy interesante aprender cómo todo surgió de los pueblos indígenas. Existe todo este otro lado del surf más allá de simplemente estar en el agua y divertirse. Y conocer esa historia me hace sentir más conectado con lo que soy cuando estoy en el agua”.

Si bien Reg y Mark pertenecen a la banda indígena Pechanga, cuya reserva se encuentra a unos 45 minutos de la costa, las mayor parte de las naciones payómkawichum son gente de mar, cuyo territorio tradicional incluía la amplia franja de costa que va desde el actual San Onofre hasta Cardiff, en California. Mark recuerda haber llevado a Reg a estas playas cuando era más joven y le enseñó palabras como paala (agua), móomat (océano) y anoomal (marsopa o pequeño coyote). “No solo tenemos este vocabulario con fines académicos”, dice. “Es parte de nuestro tejido cultural”.

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Palomx es una artista discográfica que vive en el área de la Bahía de California y vino para participar del retiro. Ella canta y rapea en varios idiomas, incluidos los idiomas indígenas.

Para muchos pueblos indígenas de Norteamérica el agua no solo es clave para la vida, sino también un moldeador profundo de la cultura. Con frecuencia aparece en historias de la creación, canciones y ceremonias. Su relación con el agua a menudo define sus tradiciones para comer, jugar y rezar. Aquí en Michoacán estamos haciendo un poco de los tres.

Unas pocas horas después de nuestra sesión en el punta izquierda ya estamos de vuelta en la soñolienta ciudad costera, de pie en un amplio patio justo por encima de la playa donde se ha levantado una fuerte brisa costera. El viento es malo para las olas pero bueno para el fuego que se arremolina en el pozo poco profundo junto a una gran cúpula de hormigón y roca llamada temazcalli en lengua náhuatl. Tres de los amigos de Marc de Guadalajara están aquí para guiarnos en una ceremonia en un sauna estilo Lakota y han apilado grandes piedras entre los leños en llamas.

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El sudor y la limpieza suceden aquí.

Gonzalo, el líder de la ceremonia, hace correr un saco de tabaco del que cada uno toma una pizca y la ofrece al fuego mientras decimos los nombres de nuestros padres y abuelos junto a nuestras intenciones para la ceremonia.

Entramos a gatas en el temazcalli y nos sentamos alrededor de sus paredes mirando hacia el centro. El amigo de Gonzalo arrastra el primer lote de piedras antes de sellar la puerta detrás de él. En la oscuridad, las piedras adquieren un carácter completamente diferente, brillando de color naranja como esferas de lava apiladas una encima de la otra.

Gonzalo explica que este lugar es el útero de la Madre Tierra, un punto de conexión entre los mundos terrenal y espiritual. Nos pide que digamos los nombres de nuestras madres y abuelas, luego nos guía a través de una serie de oraciones y canciones puntuadas por el fuerte silbido de las rocas a medida que las rocía con agua, enviando potentes ondas de calor a través de toda la cúpula. Juntos, el calor, el vapor, los sonidos y la guía de intenciones nos colocan a todos en un estado profundamente meditativo. Mi mente está tranquila y apacible.

Tenía curiosidad por la ceremonia. Si bien los indígenas locales han practicado ceremonias en cabañas de sudor durante miles de años en esta área, esta se realizó según la tradición del pueblo Lakota, cuyo territorio se encuentra a varios miles de kilómetros de distancia. Cada cultura indígena en América del Norte es única, pero el retiro se sintió como un entretejido de canciones en diferentes idiomas y prácticas culturales desarrolladas en lugares disímiles. Me preguntaba qué piensan los nativos sobre el intercambio cultural entre grupos indígenas mientras preservan sus propias y únicas identidades.

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El hijo de Ricky, Andrés, es un surfista de San Diego de ascendencia chicano-yaqui.

“Creo que es importante recordar que indigeneidad puede ser poderosamente compleja e incluso desordenada. Para mí, la indigeneidad se trata de cómo vives con la tierra y la cultura en la que estás inmerso a diario”, me dice Ricky. Ricky es un indígena chicano-yaqui que creció en el territorio tradicional kumeyaay y cuyos mentores han sido maestros chicano-mexicas y ancianos kumeyaay que también practicaban muchas tradiciones lakotas. Fue a través de estas personas que se introdujo por primera vez en las ceremonias de cabañas de sudor, que ahora ha practicado por décadas. “Tienes que darte cuenta de que debido al colonialismo y específicamente a la diáspora, muchos de nosotros hemos perdido nuestra capacidad de articular claramente de dónde son nuestras familias. Eso es parte del legado del colonialismo, cuyo objetivo principal era desconectar a los pueblos indígenas de su tierra y borrar su identidad.

“Sin embargo, un hilo conductor a través de muchas de estas tradiciones culturales indígenas es este concepto de relacionalidad”, continúa Ricky. “Hay una parte en la ceremonia del sudor cuando decimos mitakuye oyasin, que significa, ‘a todas mis relaciones’. Todos estamos conectados entre nosotros y todos estamos conectados con la tierra. Creo que Native Like Water representa todo eso”.

Después de más de una hora en la cabaña nos arrastramos hacia la luz. A pesar de estar cubiertos de sudor y arena, hay un montón de abrazos por todos lados y tengo la sensación de que dejaré este lugar sintiéndome más liviano, pero no solo por la profusa sudoración. Lo que sucede a continuación no es técnicamente parte de la ceremonia, pero ciertamente se siente como una extensión apropiada para ella: todos nos dirigimos hacia la línea de la marea, nos metemos en el agua y comenzamos a nadar.

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