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Colin Haley  /  marzo 11, 2021  /  Lectura de 5 Minutos  /  Climbing

Colin Haley sobre su experiencia escalando la Supercanaleta en solitario

Colin Haley se aproxima por la cara este del Cerro Chaltén (Fitz Roy) justo antes del amanecer, 2018. Crédito de la Foto: Austin Siadak

Hace un año y medio me convertí en la primera persona en escalar las 11 cumbres mas significativas del grupo del Chaltén. Aunque siempre pensé que eso de coleccionar grupos era algo absurdo, me transformé en el primero en hacer estas 11 porque el macizo del Chaltén es la cadena montañosa que más me ha encantado y, tras muchas temporadas escalando ahí, visitar todas cumbres se convirtió en un deseo inevitable.

Sin embargo, las siete cumbres más prominentes en la icónica silueta del Chaltén son una lista mucho más significativa para mí. Al final de mi segundo viaje a la Patagonia, en 2006, ya había escalado estas siete icónicas agujas, aunque mayormente lo había hecho por sus rutas más fáciles. En 2011, terminé de escalar las siete en solitario, un viaje increíble y una gran experiencia de aprendizaje.

El Chaltén en sí mismo fue por lejos el más duro y memorable. Era enero del 2009, ya al final de mi quinto viaje a la Patagonia. Faltaba poco para la fecha de mi vuelo de regreso y tenía la mirada puesta en escalar el Chaltén en solitario por la Supercanaleta, pero el buen tiempo se negó a llegar.

Cuando me quedaban solo unos días me adentré al valle del Torre. Mi desesperación por hacer este gran pegue me había convencido de que solo una pequeña mejora en el pronóstico del tiempo sería lo suficientemente bueno como para intentarlo. Un pronóstico con vientos de entre 70 y 100 km/h en verdad no es un buen momento para escalar el Chaltén, pero yo tenía 24 años y no estaba siendo prudente.

Salí de mi campamento en el valle del Torre a las 3 a.m. Estaba oscuro como la boca de un lobo, todavía ventoso y aún nevaba suavemente. Mi día comenzó con 1.000 metros de un solo moderado por el Filo del Hombre Sentado. Desde la cima del Filo del Hombre Sentado, bajé hasta la base de la cara oeste del Chaltén y comencé a dar los primeros pasos por la parte inferior de la Supercanaleta, todavía en medio de una ligera nevada.

Los primeros 1.000 metros de la Supercanaleta son relativamente fáciles, un mix de progresión por nieve empinada y escalada en hielo más bien sencilla. A pesar de la aprehensión por las nubes y la nieve, me sentía cómodo en el terreno y progresé con constancia. En la cima del couloir de nieve y hielo es donde comenzaron las verdaderas dificultades, incluyendo la compañía del estrés psicológico. Después de los dos primeros largos difíciles me encontré con el cuerpo de un escalador belga que había muerto siete años antes. Su cuerpo no había sido visto desde entonces y estaba mayormente congelado en el interior del hielo del couloir. Ver un cuerpo humano me asustó, especialmente porque estaba tan lejos de cualquier persona viva en ese momento y porque el belga también estaba haciendo un intento en solitario. Fue un estremecedor recordatorio de las posibles consecuencias.

Para disminuir peso, solo llevé una cuerda de 60 metros, por lo que cada largo me llevaba más lejos de un descenso razonable. Me aferré a la esperanza de hacer cumbre y descender por la ruta francesa, que es más corta y ya está equipada con algunos anclajes de rapel. Mientras más alto escalaba, más cansado me sentía y también más estresado.

A media que ganaba altura, la roca cada vez estaba más cubierta de hielo escarchado. Los zapatos para roca, que había traído para usar en los crux, se convirtieron en peso muerto al fondo de mi mochila. Se me terminó la comida y luego el agua. Utilicé todo tipo de técnicas: a veces hice free solo, otras veces la mochila colgaba abajo mío, en oportunidades me aseguré con algunos empotradores y también hubo momentos en que usé la cuerda. El último largo fue uno de los más difíciles y el único lugar en el que utilicé las técnicas tradicionales de escalada en solitario: autoasegurándome al avanzar por el largo poniendo protecciones, rapeleando largo abajo para remover el anclaje inferior y luego escalando el largo de nuevo. Solo, cerca de la cumbre del Chaltén ante la inminencia de una tormenta, escalando de ida y vuelta en esta empinada travesía y usando cada prenda de ropa que había traído, me sentí completamente ridículo.

Llegué a la cumbre del Chaltén a las 8:20 p.m. Si bien había visitado muchas cadenas montañosas mucho más remotas que el macizo del Chaltén, nunca me había sentido tan lejos de otras personas, que ahora estaban 3.000 metros hacia abajo. Estaba totalmente congelado y tenía solo una cuerda para bajar de una tremenda y empinada montaña. Pronto estaría oscuro. Equipado para solo hacer rapeles de 30 metros en la ruta francesa, tenía que desviarme de la ruta normal para evitar los rapeles desplomados de 50 metros. Cuando por fin llegué al glaciar creo que eran alrededor de las 2 de la mañana. Estaba destruido, física y psicológicamente. Recién ahí me di cuenta de que uno de mis piolets no estaba en mi arnés. Pensé que podría haberlo dejado distraídamente abandonado en el hielo al hacer un abalakov, o que tal vez se podría haber desclipeado y caído en algún punto del descenso nocturno. (Siete años después, una cordada lo encontró atascado en el hielo en uno de los dos desvíos de la ruta de descenso tradicional que había tomado).

Libre al fin del terreno en que cualquier caída podría significar la muerte, comencé el largo descenso del glaciar y caminé de regreso al pueblo. Estaba tan agotado físicamente que tenía un frío perpetuo a pesar de estar usando toda la ropa que tenía. Cada media hora me detenía para sentarme sobre la mochila y me quedaba dormido. Me despertaba tiritando, me levantaba y avanzaba a tropezones. Cuando logré llegar al pueblo, supe que había pasado por la experiencia más intensa de mi vida.

Solo un par de días después de haber escalado la Supercanaleta en solitario estaba sentado en una sala de clases en Seattle, rodeado de otros estudiantes universitarios. Una compañera me preguntó cómo habían estado mis vacaciones de invierno. No hacía sentido tratar de relatarle el acenso en solitario de la Supercanaleta. Sabía que transmitir efectivamente la intensidad, el estrés, el miedo y la euforia de la experiencia sería imposible.

“Mis vacaciones estuvieron bien. ¿Qué tal las tuyas?”

“Oh por dios”, contestó, “¡Fui a una fiesta de año nuevo loquísima! Estuvo increíble”.

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