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Sufriendo de soledad

Jasper Gibson  /  mayo 1, 2020  /  Lectura de 9 Minutos  /  Snow, Activism

De Telegraph Creek, B.C., a Wrangell, Alaska, con esquíes y kayak

Katrina Van Wijk se abre paso en el hielo tratando de llegar al centro del río. Foto: Jasper Gibson

El sonido del motor a petróleo enmudece poco a poco, dando paso a nuestra nueva sensación de soledad: Solo nosotros, el río congelado, nuestros kayaks (cargados a tope con equipo de randonée, implementos para camping, raciones para cinco personas y todos los accesorios necesarios para 18 días en el Boundary Range) y cientos más cientos de kilómetros deshabitados en el salvaje norte de la Columbia Británica. 80 kilómetros del río Stikine|Shtax’héen y el campo de hielo del mismo nombre se extienden frente a nosotros.

Vamos a kayakear la parte baja del Stikine|Shtax’héen, desde Telegraph Creek a Wrangell, Alaska, para acceder a las alturas alpinas que rodean al río y esquiar algunas de las cumbres que encontraremos en el camino. Llevar nuestros kayaks de 136 kilos sobre hielo deteriorado hasta donde el agua vuelve a fluir es nuestro primer obstáculo. Al pasar la dificil parte de hielo cerca de la costa, nuestras embarcaciones se deslizan fácilmente sobre el río congelado. Tras menos de un kilómetro y medio remolcando los kayaks, encontramos la primera sección de aguas abiertas y comenzamos a remar río abajo.

Sufriendo de soledad

Con la última luz del día luego de una parada en un campamento de biólogos pesqueros, donde los ocupantes nos suministraron un flujo constante de cerveza y whiskey. El objetivo de la tripulación de llegar a las termas se desvaneció un poco más con cada cerveza, por lo que acampamos más cerca y lo que descubrimos más tarde sería una zona bien conocida por los osos grizzly. Foto: Jasper Gibson

Durante el primer día, navegar secciones de hielo intermitentes y alternar el remolque de los kayaks con el remo, hace que nuestro progreso sea más lento pero honesto. La luz del día se va y decidimos buscar nuestro primer campamento. Al dar la vuelta en la última curva de la tarde, nuestra mirada se fijó en las dentadas torres de granito que se ven a la distancia, como guardianes de la entrada a las montañas que esperamos atravesar.

El Stikine es conocido como el Shtax’héen en Tlingit, la lengua de la gente que habita la parte baja de la cuenca y que sube por el río en busca de berries y salmón, así como para hacer intercambios con los Tahltan del Stikine alto. Ambos se han mantenido a lo largo de estas aguas por muchos años. La parte alta de la cuenca es central para las prácticas culturales, espirituales y de subsistencia del pueblo Tahltan, y forma parte de las Cabeceras Sagradas, donde se originan cuatro grandes ríos: el Stikine, el Skeena, el Finlay y el Nass. Pedimos permiso (y que ojalá venga con unos descensos épicos) para pasar por sus terrenos. Brendan Wells (audiovisualista), Katrina Van Wijk (destacada esquiadora y en casi todo lo que hace), Erik Johnson (jefe, organizador y motivador del grupo), Kent Christensen (el mejor esquiador entre nosotros y un ejemplo de humildad) y yo, pedimos formar parte de la historia del río.

El aroma del café flota en el frío aire matutino y logra sacarnos de nuestros sacos de dormir. Dos horas después, con las embarcaciones cargadas y los estómagos llenos, nos ponemos la ropa seca y partimos a través de una insegura sección de hielo que todos rompimos en alguna parte. Afortunadamente, una capa inferior de hielo evitó que quedáramos completamente sumergidos en esas hipotérmicas aguas a solo 3 grados. Tras una hora tratando de cruzar este medio kilómetro llegamos a aguas abiertas, el hito final de la última vez que cruzaríamos por hielo en este viaje. Dejando atrás ese obstáculo, ahora un implacable viento en contra impide nuestro progreso río abajo, haciendo los kilómetros más largos.

Sufriendo de soledad

Los ascensos a la región alpina del Stikine|Shtax’héen rara vez son en línea recta. El pasto congelado, bosques primigenios, alisos, esquí técnico y terreno empinado, hacen que solo llegar a esquiar sea una odisea. Foto: Jasper Gibson

El segundo día, gracias a un estable viento de cola, los kilómetros se van sumando y el paisaje parece avanzar más rápido: el prado seco y ondulante de la tundra alta se transforma en cumbres progresivamente más increíbles. Nuestras mentes de esquiadores empiezan a volar, imaginando las posibilidades de empinados descensos que se esconden tras cada curva del río. Mientras discutimos las aparentemente infinitas opciones, decidimos continuar río abajo, esperando que la línea de la nieve alcance al río y haga más fácil el acceso al terreno alpino. Una isla cubierta de nieve y con alisos de baja altura se convierte en nuestro hogar esa noche. El tercer día será nuestra primera aproximación alpina.

Nuestra mañana comienza con el destello de una bola de fuego por las ramas y la bencina blanca que Johnson acaba de encender al preparar una comida para calentar el cuerpo. Son las 5:30 a.m. Los primeros rayos del sol brillan sobre las altas cumbres mientras nos cargamos con café y avena antes de ponernos los esquíes y cargar las pesadas mochilas llenas con equipo para avalanchas, cuerdas, arneses, crampones, piolets, equipo de camping y comida para tres días en nuestras espaldas.

Los causes planos y congelados que nos sacan del campamento permiten un esquí sencillo y eficiente. Después de dos cruces de río, uno de los cuales requirió desnudar los pies por completo, comenzamos a subir por el maldito bosque de alisos de más arriba. Tiramos, gateamos y arañamos todo lo que podemos en nuestro camino de 152 metros de empinada elevación por los alisos, hasta llegar a un hermoso bosque primigenio con un mínimo sotobosque y aún menos nieve. Con los esquíes al hombro nos vamos camino arriba a través del bosque congelado, que se volvía más empinado a cada paso. Dudamos de este ascenso de “bosqueñismo”, una variedad del montañismo que se practica en bosques tupidos; la mejor herramienta para esta disciplina, un whippet (bastón con piolet). Con los whippets en mano, a veces gentilmente pero otras con más agresividad, nos enganchamos de los árboles y pudimos hacer buenas estacas en la turba congelada. Eventualmente, el empinado bosque se abre y, una vez más, el esquí se vuelve una tarea mucho más sencilla.

Buscando un lugar para tallar el campamento base alpino, encontramos una repisa en el lado protegido a sotavento de una pendiente. Armamos las carpas, construimos una cocina y nos preparamos una bien merecida comida en medio de un atardecer con destellos de tonos pastel. Y luego a dormir, mientras las estrellas aún brillan en el cielo.

Sufriendo de soledad

Katrina Van Wijk y Kent Christensen avanzan sobre pieles desde el segundo campamento alpino. Un manto sensible y una ruda tormenta invernal impiden que el grupo esquíe las tantas líneas en el área. Foto: Jasper Gibson

Brendan abre la puerta de la carpa. Hay un polvillo fresco de 12 centímetros en las cumbres aledañas y un silencioso río de nubes grises cuelga sobre el Stikine|Shtax’héen. Nos decidimos por una rampa de 610 metros con orientación norte en la arista oeste del monte Scotsimpson. Sintiéndonos más ligeros con nuestras mochilas pequeñas, viajamos recto en dirección al objetivo, abriéndonos paso por la arista. Pero necesitamos cruzar una empinada cara de 122 metros para lograr acceder al Scotsimpson, por lo que Johnson y Christensen cavan una zanja y analizan el manto de nieve. El resultado es reconfortante. Hacemos cumbre en la pequeña protuberancia. Kent hace unas preciosas líneas de gran eslalon cara abajo y se lanza con velocidad a través de la sección empinada. Johnson le sigue con un elegante descenso, seguido por mí, Katrina y finalmente Brendan.

Un rápido traverse sobre esquíes nos lleva a la base de una rampa, así que nos pusimos los crampones en los pies y los esquíes en la espalda para comenzar el ascenso. Erik y Kent intercambian el liderazgo durante todo el camino, enterrándose en la nieve fresca hasta los muslos y armando el camino para el resto de nosotros que venimos más rezagados. La rampa se hace cada vez más empinada y los últimos 30 metros son casi desplomados, dando paso a una escalada en la nieve. Erik y Kent se debaten sobre seguir o no y deciden hacerlo. Johnson sube con confianza por los 60 grados del planchón hueco, que está lleno de rocas escondidas y tiene el riesgo potencial de una caída de 610 metros. Pasa la pared principal y en un movimiento experto levanta el pie y alcanza la cima. Kent le sigue rápidamente. Entre los dos arman una reunión y bajan una cuerda para el resto de nosotros.

Sufriendo de soledad

Los errores no son una opción cuando el rescate no está garantizado y tus compañeros son tu linea de vida. A muchos kilómetros de cualquier parte, Erik Johnson repelea hacia “Mount Dang Couloir” en el monte Scotsimpson, con cientos de metros de exposición hacia abajo. Foto: Jasper Gibson

Una vez que todos han alcanzado la cima pasamos una cinta por un cacho de roca, le colgamos un mosquetón y rapeleamos hacia el comienzo de la linea. Está empinado, con 55 o 60 grados y cientos de metros de montaña bajo nosotros. Johnson ha soñado con esta línea por cuatro años, por lo que es justo que sea él quien la esquíe primero. Hace un drop con giros que parecen no necesitar mucho esfuerzo hacia la rampa cubierta de nieve fresca, dejando a su paso nubes de humo blanco y frío con el amplio y serpenteante río Stikine|Shtax’héen en el fondo del cuadro. Su linea es una innecesaria pero divertida declaración de ser el primer descenso que llamó “Mount Dang Couloir”. Uno a uno, el resto del equipo esquía la rampa. Palmas en alto, gritos de alegría y abrazos son la recompensa al final de la linea. Nuestra conclusion: Fue una de las mejores, si no la mejor, que cualquiera de nosotros hubiera esquiado en su vida.

Sufriendo de soledad

La linea en su mente. Solo un par de días después de comenzada la expedición, Erik Johnson se adjudica el primer descenso de “Mount Dang Couloir”, tras años visualizándola y meses de planificación. Foto: Jasper Gibson

Nos quedamos con el esquí en polvo y ángulos bajos durante el siguiente día, y a la otra mañana desarmamos el campamento y comenzamos el descenso a través del tupido y empinado bosque mientras la lluvia cae a cántaros. De vuelta en el campamento, en el lecho del río, secamos nuestro equipo empapado y nos vamos a la cama al caer la noche. La mañana se levanta y los 32 kilómetros de remo nos complacen con aguas termales y enormes abetos que nos refugian de los intermitentes chubascos tan característicos del Stikine|Shtax’héen. Dejamos remojar nuestros fríos y doloridos huesos en las tibias piscinas hechas a mano.

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Nada como un poco de vitamina R y una piscina hecha mano, tibia y llena de barro, para remojarse tras una agotadora misión alpina. Erik Johnson se deleita ociosamente en el Stikine|Shtax’héen. Foto: Jasper Gibson

Los días siguientes incluyen cargar mochilas, abrirse camino, algunos raspones, caminos en línea recta, estacar la carpa y una avalancha. Al cavar una zanja se revelan capas reactivas y el grupo conversa sobre esquiar las gargantas dignas de admiración que hay en los alrededores. Retazos inestables se desprenden de un acantilado más abajo nuestro y dan paso a una avalancha que nos pone de vuelta en la tierra del Stikine’s|Shtax’héen. Es lo que necesitábamos para convencernos de no esquiar en este sector. Media vuelta para esquiar de regreso al campamento a pasar la noche, esperando que el manto de nieve se estabilice y que el clima de la siguiente jornada coopere. Sin embargo, nos despertamos con fuertes ráfagas de viento y nieve azotando las paredes de la carpa que anuncian la llegada de una tormenta. Katrina toma su inReach y envía una solicitud de reporte meteorológico. El pronóstico indica fuertes precipitaciones y vientos huracanados para todo lo que nos queda por delante. No esquiamos durante el resto del viaje. Pero éste continuó con termas místicas, locales generosos, pescado fresco, glaciares gigantescos, campamentos en territorio de osos grizzly, encuentros con un león marino y la búsqueda de granates.

Nota del autor: la cuenca del río Stikine|Shtax’héen está siendo amenazada por la mina de Galore Creek. El proyecto minero, que se ubicará a poco más de seis kilómetros de la rampa que esquiamos en el monte Scotsimpson, ha recibido todos sus permisos ambientales y actualmente se encuentra a la espera de completar su financiamiento para proceder. Si la mina se construye de acuerdo a como está planeada, será una de las minas a rajo abierto más grandes del mundo y causará daños irreparables en las cabeceras de los ríos Stikine|Shtax’héen e Iskut. La salud y el bienestar de las comunidades que habitan río abajo, las pesquerías de salmón y la calidad del agua del Stikine están bajo amenaza por esta miope propuesta minera, que solo beneficiará a las compañías mineras, inversionistas e individuos particulares.

Por favor entra en www.seacc.org/stikine para saber más e involucrarte.

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