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Los árboles están mejor de pie

Brendan Jones  /  enero 18, 2022  /  Lectura de 13 Minutos  /  Activism

Los habitantes del sudeste de Alaska están en la primera línea de la batalla por proteger el Bosque Nacional Tongass de la explotación forestal.

El desove de los arenques colorea las aguas que rodean a las islas del Fiordo de Sitka. Foto: Lee House

Mi historia en el Tongass comenzó en septiembre de 1997, a casi noventa años del día en que Theodore Roosevelt lo designara como bosque nacional. Tenía 19 años y había dejado la Universidad de Columbia para embarcarme en un Greyhound hacia el oeste y terminar en Sitka, un pueblo de pescadores en Alaska, trabajando en un criadero de salmones.

Para ahorrar dinero en vivienda, me adentré unos 20 minutos en el bosque lluvioso aún intacto más grande del mundo, instalé en una carpa VE 25 color abejorro entre los abetos de Sitka y colgué un corredor de toldos. Cuando llegó el invierno, regresaba a mi carpa para encontrar el aceite de oliva nublado por el frío. Mientras lo calentaba en la cocinilla, sentía llegar ese rico olor a humedad del salmón rosado pudriéndose a orillas del río detrás de mí. Subía la cremallera del saco de dormir, disponía un polar como almohada y me recostaba a escuchar cómo los gruesos copos de nieve quedaban atrapados en las agujas de los abetos mientras me dormía con un spray contra osos tamaño industrial bajo el brazo.

Justo antes del Día de Acción de Gracias, en un ataque de ineptitud de chico de ciudad, quemé el vestíbulo de mi carpa mientras cebaba la cocinilla. Con la lona color chocolate arrastrándose detrás de mí como una manta me mudé a Indian River, donde construí una cabaña con la madera de unos jóvenes árboles de cicuta que corté con una sierra de mano. Por las noches, escondía mi bicicleta entre zarzas, cruzaba el río saltando de piedra en piedra y aprendía a recolectar rebozuelos, desenterrar raíces de regaliz para el té y hacer fuego bajo la lluvia. Con una navaja, raspaba la savia color ámbar de los troncos de abeto y recogía las barba de viejo de los pinos enanos para iniciar el fuego. Ocho meses viví así, cultivando peces en el criadero de salmón y escribiendo para el Daily Sitka Sentinel.

Cuando le cuento Haley Marie, mi hija de 4 años, sobre esos días, ella arruga la nariz. “¿Qué pasaba con los osos?”. Una pregunta razonable para la isla de Baranof, por donde merodean 1.500 grizzly en contraposición a unas siete veces más personas. “Tenían su espacio”, le contesto.

Un total de 67.582 kilómetros cuadrados, para ser exactos.

Cuando le muestro un mapa del Tongass, la gran extensión verde musgo que se extiende a lo largo del extremo sudeste de Alaska y que ha sido el hogar de las tribus Tlingit, Haida y Tsimshian durante más de 10.000 años, donde vivimos, señala con el dedo a Sitka, una de las 32 comunidades repartidas por todo el territorio del bosque.

Si las Montañas Rocosas y la Sierra forman corredores de vida silvestre, entonces el Tongass es el salón de baile al que conducen estos corredores. Es un archipiélago de campos de hielo, bosques y fiordos, donde las montañas cubiertas de nieve sobresalen del mar en ángulos vertiginosos y la risa de los cuervos y el chillido de las águilas calvas se precipitan sobre los acantilados que motean las madrigueras de frailecillos copetudos. Más de la mitad del Tongass está formado por bosques: abeto de Sitka, tsuga occidental y cedros rojo y amarillo. Los árboles están unidos por una vasta red subterránea de raíces que se alimenta de los nutrientes que dejan algunas de las corridas de salmones más fértiles que quedan en el mundo.

Y aquí es donde el Tongass te vuela la cabeza.

Pensamos en un bosque como un ecosistema donde los animales comen plantas. Aquí funciona para el otro lado: Los árboles comen animales.

https://www.instagram.com/p/B-so8YmHyVU/

Cada otoño, los salmones maduros regresan a la sombra de los ríos, donde desovan y mueren. Así como los ríos se convierten en un criadero para la próxima generación de alevines de salmón, los cadáveres en descomposición de sus mamás y papás dan forma a un nutritivo estofado a lo largo de las orillas de los ríos devolviendo nitrógeno-15, un ingrediente particular que se encuentra casi exclusivamente en la red marina, a los árboles. El abeto, la cicuta y el cedro del valle, alimentados por el salmón, crecen a velocidades absurdas y el cedro puede vivir hasta un milenio. De hecho, los biólogos han aprendido a rastrear la densidad de las corridas anuales de peces examinando los anillos de crecimiento del abeto de Sitka. “La historia del desove del salmón se está escribiendo, literalmente, en la biblioteca del bosque”, escribe la presentadora de televisión canadiense Ziya Tong en su libro The Reality Bubble.

Desde la llegada de los rusos en el siglo XVIII, el hacha ha sido el método preferido para enfrentarse a estos árboles. Los rusos cortaron una selección de árboles para la construcción de barcos y edificios, mientras que los estadounidenses comenzaron a talarlos a escala industrial en la década de 1950, cuando la bonanza de la madera comenzó en serio. Después de que Estados Unidos le otorgó carta blanca a las empresas madereras en el Tongass, remontaron los valles de los ríos en busca de “pumpkins” (abetos gigantes, cicutas y cedros) que derribaron, astillaron y almacenaros en recipientes a presión de varios pisos. Luego, los chips de madera fueron mezclados con ácido, se cocinaron, se secaron y se prensaron en láminas de una pulpa nívea que luego fueron empaquetadas para exportación, en camino a convertirse en papel de periódico, celofán y pelusa, el material utilizado en los pañales desechables. El salmón que regresaba a sus arroyos nativos encontró las entradas obstruidas con tierra. Los osos perdieron sus madrigueras. El suelo del bosque, acostumbrado a que solo el 20 por ciento de la luz natural llegara a la tierra a través del dosel de agujas, hervía al sol.

Luego, en 2001, en gran parte como respuesta a la desenfrenada tala de árboles, el presidente Bill Clinton firmó la Roadless Area Conservation Rule (la Regla Sin Caminos) a solo ocho días del fin de su mandato. Con una firma impidió que en el Tongass, así como en otros bosques nacionales a lo largo del país, se pudiera construir carreteras. Influenciado por lo aprendido tras haber desarrollado un acuerdo entre la industria maderera y grupos ambientalistas en Oregón, Clinton argumentó que, además de que incrementan la contaminación, la erosión de la tierra y la pérdida de especies, los bosques nacionales ya tenían suficientes caminos: 621.206 kilómetros de caminos, suficientes para dar la vuelta al globo 15 veces. El Servicio Forestal, quien queda a cargo de mantener las carreteras después de que las empresas madereras terminan de talar, no podía seguirles el ritmo.

Las empresas madereras quedaron paralizadas. Sin poder arrasar con todo para construir caminos hacia las más de 66.700 hectáreas restantes de bosque primario en el Tongass, las espadas de sus motosierras dejaron de girar. George W. Bush hizo lo que pudo para que anular la regla de Clinton fuera su primera acción como presidente, pero en 2009 la Corte de Apelaciones del Noveno Circuito confirmó la regla. En 2012, la Corte Suprema se negó a escuchar el caso y, desde entonces, el Tongass ha estado cerrado para la construcción de carreteras.

Donald Trump entra en escena.

En febrero pasado, el Air Force One aterrizó en Anchorage para cargar combustible en su camino a Vietnam. El gobernador republicano de Alaska, Mike Dunleavy, aprovechó la escala para preguntarle al presidente Donald Trump si consideraría una exención para el Tongass de la regla aplicada por Clinton, abriendo el bosque a la industria maderera.

Los árboles están mejor de pie

Residentes del sudeste de Alaska llegan hasta las escaleras del Capitolio del estado en Juneau, como muestra de apoyo a la Roadless Rule. Foto: Colin Arisman

El otoño anterior, más del 90 por ciento de los habitantes del sudeste de Alaska que hicieron comentarios durante un sondeo del Servicio Forestal, se mostraron a favor de mantener el Tongass libre de caminos. Los líderes tribales se unieron a los cazadores y pescadores comerciales para explicar pacientemente a la gente en Washington cómo la economía de la región, después de años de estancamiento, finalmente se estaba recuperando con la ayuda del turismo y la pesca comercial, industrias que dependen de un bosque intacto.

El Servicio Forestal, donde internamente se refieren al Tongass como su “joya de la corona”, necesitaba proteger este tesoro porque sin árboles ni arroyos, el salmón (un pez terriblemente voluble) desaparecería, tal como lo hizo en Escandinavia, Irlanda, Escocia, Francia, Inglaterra, Europa occidental, la costa este de Estados Unidos, California y el noroeste del Pacífico. Tal vez no deberíamos dejar que suceda también en Alaska, dijeron los miembros de la comunidad. Y eso significaba no talar al ras el hábitat del salmón.

En lo que respecta al turismo, quienes viajaban al sudeste de Alaska esperaban presenciar uno de los últimos paisajes intactos de la Tierra, ciertamente no estaban pagando dinero para venir a encontrar paisajes lunares repletos de tocones. El turismo crea alrededor de 10.000 puestos de trabajo en la región, aportando cerca de mil millones de dólares anuales, y la pesca casi duplica esta cifra. Mientras tanto, la industria maderera proporciona unos 200 puestos de trabajo para el sudeste de Alaska y le ha costado a los contribuyentes unos 30 millones de dólares anuales en subvenciones gubernamentales durante los últimos 20 años.

Pero después de su reunión con Dunleavy en el Air Force One (con más de 2 metros, Trump se refiere cariñosamente al gobernador como “el grandote”) el presidente ordenó al secretario de Agricultura, Sonny Perdue, que hiciera caso omiso de los comentarios y comenzara a trabajar de inmediato en la preparación del Tongass para una completa exención de la Roadless Rule. En un infame video subido a Twitter se puede escuchar a Trump en el altavoz diciéndole al senador republicano de Alaska, Dan Sullivan, que “eso está avanzando”. El gobernador Dunleavy entra en la escena usando grandes lentes de sol y esbozando una sonrisa con las manos en los bolsillos. Una botella de Alaskan Icy Bay IPA a medio terminar se observa en la terraza al fondo del cuadro.

En octubre, se hizo oficial: el gobierno federal publicó su Borrador de Declaración de Impacto Ambiental, que anunciaba su favor por eximir al Tongass de la Roadless Rule. Al momento de escribir este artículo, el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) estaba iniciando los 60 días de su período de comentarios públicos, invitando a los habitantes de Alaska a opinar una vez más sobre el Tongass (con el positivo precedente que marcó la primera vez). Se espera que el Secretario de Agricultura tome una decisión final en junio de 2020 y la construcción de carreteras podría comenzar durante el verano.

“Es increíble. Un retroceso a los años 80 y 90”, dice Wanda “Kashudoha” Culp, coordinadora regional del Tongass para la Red Femenina de Acción por la Tierra y el Clima (WECAN, por sus siglas en inglés). Culp creció en Juneau, pero en 2009 se mudó a la aldea de Hoonah, principalmente Tlingit, unos 112 kilómetros al sudeste en la isla de Chichagof. “Es la historia repitiéndose a sí misma de una manera que daña las aldeas nativas y el bosque del que hemos vivido por milenios”.

Los árboles están mejor de pie

Durante el ultimo siglo, la tala rasa ha cambiado el paisaje del Tongass. Ahora, los locales luchan por proteger lo que queda de sus bosques primigenios. Foto: Colin Arisman

Los caminos conectan un mosaico de claros, producto de la tala, sobre la ciudad de Culp. Cada verano, Rebekah Sawers, Adrien Lee y Culp, todas miembros de WECAN, utilizan uno de estos caminos para conducir hasta Freshwater Bay y ayudar a organizar el Campamento Cultural, una experiencia de una semana en la que niños y adolescentes aprenden a cavar en busca de almejas y berberechos, recoger fresas silvestres y ahumar salmón. El campamento cuenta con apoyo de la Asociación por el Sudeste Sostenible (SSP por su sigla en inglés), una red de organizaciones comprometidas con la economía, la ecología y la cultura del sudeste de Alaska. “Llevamos a los niños a hacer este trabajo en un lugar que alguna vez fue talado”, dice Lee. “El bosque recién comienza a sanar. Y ahora tenemos esto”.

Brent Cole, quien pasó nueve temporadas trabajando para equipos madereros en Alaska antes de fundar Alaska Specialty Woods, una empresa que fabrica cajas de resonancia para tapas de guitarras con madera recuperada, hoy depende del abeto de Sitka para su negocio. “Tenemos madera en el sudeste, buena madera”, afirma Cole. “Es el tipo de alta calidad que desearías para el mástil de tu velero, los largueros de las alas de tu avión o la caja de resonancia de tu guitarra. Lo que nos propusimos hacer es agregarle valor localmente. Solo tiene que ser usada de la forma correcta”.

Dawn Jackson, cuyo nombre tlingit es Kaaxwaan, vive en el pueblo Tlingit de Kake. Ella está de acuerdo con Cole en que cierta cantidad de tala tiene sentido. “Quiero decir, es importante para nuestra comunidad. No odiamos a los madereros. Más bien se trata de no tomarlo todo”.

El hijo de Jackson, Shawaan (22), estudia en la Western University de Canadá y trabaja con Keex’ Kwaan Community Forest Partnership, también parte de SSP. La asociación Keex’ Kwaan protege cientos de cuencas salmoneras activas y fomenta la tala a pequeña escala. “Se trata de un uso responsable de los recursos”, dice Shawaan. “Es hacer silvicultura rotativa, raleo y restauración del hábitat. Es tratar bien la tierra”.

Las personas a favor de la apertura total del Tongass, como el exgobernador de Alaska, Frank Murkowski, argumentan que es posible tratar bien la tierra y, al mismo tiempo, construir carreteras que puedan brindar acceso tanto a proyectos de energías renovables como a la exploración maderera y minera. Como señaló Murkowski en una columna de opinión que escribió en septiembre para el Anchorage Daily News, hay tan pocos empleos madereros en la región debido a la Roadless Rule que levantarla traería un auge para la economía local.

Andrew Thoms, director ejecutivo de la Sitka Conservation Society, no está de acuerdo.

“La idea de que la construcción de carreteras y la tala han traído prosperidad da vueltas por ahí. Pero, de hecho, hacen justo lo contrario. Son esas economías que tienen un auge y una caída, donde el dinero sale del estado. Licorerías, beneficio a corto plazo. No es sostenible”.

Da la casualidad que, cuando no está trabajando junto a Culp durante el verano en Campamento Cultural, Lee tiene un trabajo en la tienda de licores en Hoonah. Con la cantidad de pescadores y turistas que compran alcohol, no puede ver cómo la tala podría mejorar algo. “No tiene sentido. El bosque provee más recursos solo con estar aquí que talándolo. La Roadless Rule funciona para nosotros. Funciona para Alaska”.

En abril pasado, Sawers, Lee, Culp y Kari Ames, todas miembros de WECAN, viajaron a Washington D.C., para visitar las oficinas del Congreso y testificar sobre la importancia de mantener el Tongass sin caminos. Hablaron sobre el bosque en términos de su legado cultural, pero también como la forma de secuestro de carbono más sustancial de los 48 estados contiguos. El bosque es un conjunto robusto de pulmones que contiene aproximadamente el 8 por ciento de todo el carbono almacenado en los bosques nacionales de los Estados Unidos.

“Simplemente es difícil para la gente imaginar un bosque de esa manera”, dice Culp. “Así que hicimos todo lo posible por llevárselos”. Las cuatro indígenas tocaron tambores, se vistieron con capas ceremoniales y contaron historias que recogen los milenios de sabiduría del Tongass, en contraposición a los menos de 300 años de presencia colonial. “Nuestro propósito era hacerles saber a las autoridades que nuestra senadora, Lisa Murkowski, estaba mintiendo cuando declaró ante sus colegas que los habitantes de Alaska preferían que se debilitara la Roadless Rule”.

Después de construir mi cabaña junto al Indian River, terminé la universidad y regresé al sudeste de Alaska para pescar comercialmente. Me uní al sindicato 1281 de Carpinteros de Alaska y trabajé reparando techos de escuelas y construyendo estructuras para centros comerciales. En Sitka conocí a mi esposa, en una clase de salsa cubana. Mi capitán nos casó y juntos criamos a nuestra hija en el remolque de la Segunda Guerra Mundial en el que vivía, construido en abeto de Douglass milenario, y que calefaccionaba con dos estufas de leña que le había instalado. Por la noche le cantaba “You Are My Sunshine” a Haley mientras Rachel alimentaba las estufas con unos trozos anaranjados de cicuta a los que llamábamos “leña nocturna”, porque ardían muy lento y daban mucho calor.

Ahora tenemos una segunda hija y Haley tiene edad suficiente para tener su propio cuchillo de desollar ciervos. A veces, cuando camino por los caminos forestales cubiertos de maleza en busca de ciervos de cola negra de Sitka, paso las manos por las venas de la corteza de la cicuta y las astillas violeta del abeto de Sitka. Te juro que si pones una palma en el tronco puedes sentir el salmón, luminiscente en la albura, nadando dentro de esos árboles. Cazador, presa, vida, muerte: las distinciones retroceden. Por un momento, los peces, los árboles, los ciervos y yo, parados allí, somos todos parte de la misma familia extendida.

Cuando le explico a Haley el concepto de los bosques de salmón, ella inclina la cabeza hacia mí como lo hace cuando está pensando seriamente en algo. Estamos construyendo estantes para los libros de nuestra casa con un cedro amarillo del Tongass que fue alcanzado por un rayo y que corté con una motosierra. Ella está trabajando duro con la lijadora orbital, pasando la almohadilla sobre la superficie.

Finalmente, frunciendo el ceño, me dice: “Papá, creo que a los árboles están mejor de pie”.

Actualización al 31 de marzo: Tras concluir la redacción de este artículo, el grupo conservacionista Earthjustice ganó una notable batalla por el Tongass.

En 2019, a pesar de la oposición por parte de las tribus nativas de Alaska junto a las industrias pesquera y turística, el Servicio Forestal autorizó la venta de más de 728 mil hectáreas de madera, la mayor venta de madera en un bosque nacional de los últimos 30 años, en la isla Prince of Wales. En marzo, un juez federal falló en contra del Servicio Forestal y estableció que la agencia había violado las leyes ambientales cuando aprobó la venta. Por el momento, no está claro si el Servicio Forestal abandonará o no sus planes de ofertar la madera. La victoria es significativa, no solo por los árboles que vivirán para ver otro día, sino también porque deja ver la posibilidad de preservar las más de 3.6 millones de hectáreas del Tongass que quedarían disponibles para la tala luego de la derogación de la Roadless Rule.

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