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Una vuelta a la vez

Matthew Tufts  /  septiembre 10, 2020  /  Lectura de 11 Minutos  /  Snow

Una ecléctica banda de esquiadores argentinos le da vida a la comunidad del esquí de montaña local en una de las cordilleras más severas del planeta.

El guía local Merlín Lipshitz le saca unos giros a la nieve primavera del sur del mundo en lo alto del cada vez más disminuido glaciar Torre, mientras el sol se pone detrás de los macizos del Torre y el Chaltén (Fitz Roy). Parque Nacional Los Glaciares, Argentina. Foto: Matthew Tufts

La mujer junto a la que me detuve en el sendero de randonnée murmuró entre risas algo en español, pero entre mi limitado vocabulario y la respiración agitada no entendí mucho. Unos pasos más arriba, el barman de la noche anterior, un tipo de pelo largo y grueso bigote, se hizo a un lado y ofreció ayuda con un inglés marcado por su acento.

“Te dijo: ‘Andas con el equipo más rápido del Chaltén’”.

Me detuve, me apoyé sobre los bastones, me reí, respiré un poco y elaboré una respuesta en español mientras miraba las siluetas más adelante ganando distancia. Si esperaba mucho más, quién sabe con qué equipo me quedaría. Me conformé con una encogida de hombros, una sonrisa y un breve “Sí”. Mis nuevos amigos habían abierto la ruta para prepararnos el camino y aún así nos iban sacando ventaja. Quizás si hubiese bebido más mate mientras veníamos en el auto… mis pensamientos se desvanecieron mientras me sumía en la familiar rutina del sonido de las pieles deslizándose sobre la nieve.

Los sombríos seracs azulados permitieron que mis ojos empapados de sudor descansaran del enceguecedor reflejo blanco del sol austral. El glaciar se extendía sobre nosotros y la cara iba adquiriendo una forma como de aleta de tiburón. Pensé en todos los tiburones parcialmente sumergidos debajo nuestro y en los peligros que un giro a destiempo pudiera revelar. ¿Por qué solo traje esquíes de carbono a este ventoso confín del mundo? Me concentré en deslizarme a una distancia que permitiera la conversación con mis compañeros. Por eso era: para seguirle el ritmo al equipo más rápido del Chaltén. Para entender a una comunidad de esquí, es necesario ver cómo las personas de mejor desempeño interactúan con los novatos.

Una vuelta a la vez

La terna de guías locales: Tomy Roy Aguiló, Juan “Pipa” Raselli y Roberto “Indio” Treu, abre la ruta en los flancos del Cerro Crestón, una de las zonas de esquí más populares de El Chaltén. Por supuesto, “popular” solo es significado de muchos cuando la comunidad completa de esquiadores locales no suma a más de 30. Provincia de Santa Cruz, Argentina. Foto: Matthew Tufts

Entre largas aproximaciones al alba, el meditar sobre las pieles y todos los tiempos muertos llenos de empanadas que el volátil clima patagónico permite, tuve bastante tiempo para reflexionar sobre qué esperaba encontrar. Busqué una historia local, una que no estuviese adulterada por los intrépidos profesionales de la industria, los patrocinadores corporativos y esas historias llenas de clichés sobre una tropa de esquiadores encontrándose a ellos mismos en el espíritu del invierno mientras se alejan del helicóptero. Pero lo que encontré no fue tanto una historia sino más bien un movimiento: un grupo de locales, casi 30 de ellos, que, contra todas las probabilidades, han dado vida a una comunidad de esquiadores increíbles, amateurs incansables y (para mi sorpresa), un montón de personas que simplemente están aprendiendo a esquiar en uno de los ambientes más inhóspitos del planeta.

Decir que hay una razón por la que el esquí no es popular en El Chaltén sería una burda desestimación. Hay, por lo menos, una docena de razones. El clima, violento e impredecible, asola la montaña de forma regular; el retroceso del manto nivoso producto del cambio climático y el escaso bosque existente en los terrenos de menos altitud se traducen en que esquiar durante una tormenta no sea más que una linda fantasía; cualquier acceso por andarivel está a horas de distancia en cualquier dirección, más aún si buscas algo más que una clásica pista de esquí; el terreno es objetivamente peligroso, plagado de zonas donde caerse no es concebible, con grietas, cornisas y placas de viento; la aproximación más corta te tomará horas antes de llegar a donde comienza la nieve y de ahí en adelante todo es cuesta arriba. Es un juego de alto riesgo y poca recompensa.

Sin embargo, la comunidad de esquí de El Chaltén resiste, no gracias a las complicaciones topográficas y climatológicas de la región, si no más bien por ellos. Este grupo tiene un enfoque hacia el crecimiento que es intrínsecamente emblemático del carácter de la comunidad, que se distingue claramente del modelo tradicional de la industria del esquí.

Una vuelta a la vez

Excepto durante los mejores inviernos en El Chaltén, tienes que resignarte a caminar hasta la línea de lo árboles antes de llegar a la línea de la nieve. El esquiador local, Federico Maggioli, hace la transición entre los brezos manchados de nieve. Provincia de Santa Cruz, Argentina. Foto: Matthew Tufts

“No hay un lugar como este”, exclamó Max Odell una tarde mientras nos apiñábamos en su camioneta camino al Lago del Desierto. “La mayor parte de estas personas aprendió a esquiar aquí en la montaña, a campo traviesa”. Cuando Odell, un guía argentino que creció entre Crested Butte (Colorado) y Bariloche, se mudó a El Chaltén en 1997, el esquí era casi inexistente, a parte de las cordadas de escaladores que ocasionalmente usaban esquíes en la parte sur de los campos de hielo patagónicos (el punto de acceso a la cara oeste del Cerro Torre y otros objetivos de alto calibre). Sin embargo, las probabilidades no disuadieron a Odell, que realizó, por lo general solo, descensos invernales pioneros en el vasto entorno alpino de la región.

Con el pasar de los años, un creciente número de personas que llegó a El Chaltén por la temporada de escalada hizo del pueblo su hogar permanente. La comunidad esquiadora (si es que hubiera podido llamársele así) seguía siendo generalmente un equipo de uno, pero estaba claro que había mucha gente con un sentido tácito de la montaña y sin diversión para el invierno más que el boulder bajo techo y la inconstante escalada en hielo. Odell y un pequeño grupo de guías y esquiadores locales vieron una oportunidad.

Una vuelta a la vez

“Si puedo enseñarles a esquiar, tendré nuevos partners” me dijo Odell al volver de un día de porteo para un objetivo de escalada invernal. En teoría, era simple: Bajo la tutoría de Odell, los locales podrían expandir su arsenal de habilidades alpinas. A cambio, él ganaría una variedad de compañeros de esquí de entre un variopinto montón de escaladores y senderistas. En la práctica, la educación informal de esquiadores en El Chaltén fue una desviación radical de la norma de la industria del esquí, y estuvo llena de obstáculos.

Si bien los signos más sobresalientes del cambio climático en la región son claramente visibles en el retroceso de los glaciares Torre y Piedras Bancas, particularmente en los meses con mayor turismo durante el verano, la crisis medioambiental complica aún más un camino ya difícil para la comunidad del esquí. La baja acumulación de nieve de los últimos años en las laderas subalpinas boscosas (2020, hasta ahora, se ha mostrado como una rara excepción) empuja a los esquiadores de todos los niveles a un terreno alpino complejo, a menudo glaciar, lo que agudiza una ya empinada curva de aprendizaje.

Además, la falta de nieve en la línea de vegetación tiene un efecto pronunciado en el número total de días esquiables en El Chaltén. Con la imposibilidad de esquiar con tormenta en el terreno alpino, la elevada frontera donde comienza la nieve limita el potencial del esquí a los días de alta visibilidad y poco viento, algo que, como saben escaladores y esquiadores, viene con el costo extra de los vientos orientales. Todo esto está lejos de ser el entorno más propicio para los principiantes.

Si reconocemos al esquí comercial como una comunidad notoriamente cerrada y basada en el privilegio, el esquí de randonnée es a menudo considerado el santuario secreto del Valhalla. Pero hay una distintiva ironía en lo exclusivo de esta actividad que se basa en la tracción humana a través de tierras públicas. En esencia, educarte en esquí fuera de pista requiere de años de acceso a los centros de esquí, seguidos de una selección de cordada que, aunque subconsciente, está intencionalmente basada en similitudes: nivel de habilidades similar, umbral de riesgo similar, experiencia de esquí similar, incluso tipo de personalidad similar. Todo en virtud de evitar riesgos y conflictos en una actividad intrínsecamente peligrosa. No hace falta decir que la seguridad es imperativa y el valor de la preparación no debe tomarse por poca cosa. Pero, ¿cuándo confundimos capaz con homogéneo?

Una vuelta a la vez

¡Todos a bordo de la morrena! Los guías locales Tomy Roy Aguiló y Juan “Pipa” Raselli avanzan a paso firme por una escalera al cielo glaciar durante la aproximación al Cerro Vespignani. Provincia de Santa Cruz, Argentina. Foto: Matthew Tufts

Odell acababa de regresar de una honda misión en el Parque Nacional Los Glaciares con uno de sus más recientes “discípulos”. La cordada esquió una nueva cara de 45 grados cerca del macizo. “Su estado físico no es el mejor, pero es fuerte y entusiasta”, comentó Odell sobre su compañero con una sonrisa. “Es más que capaz”.

Para muchos, randonear en terrenos técnicos y complejos sin la instrucción estándar y sin experiencia en centros de esquí suena no sólo intimidante si no también como una negligencia imprudente. Pero ese punto de vista no considera muchas habilidades de montaña intangibles de los locales, que no necesariamente se presentan en las laderas controladas de los exclusivos centros con andarivel. Aquí se gasta menos energía en buscar compañeros con experiencia similar y se presta más atención al objetivo colectivo de salir al aire libre en invierno.

“Ellos entienden la montaña porque han estado en lugares empinados”, dice Santi Guzmán, uno de los esquiadores más talentosos de El Chaltén, refiriéndose a los locales que se zambullen a la experiencia fuera de pista. Guzmán es auspiciado por varias marcas norteamericanas de la industria de los deportes de nieve, pasa parte del verano austral en Estados Unidos y divide sus inviernos australes entre su casa en El Chaltén y Bariloche, donde entrena al equipo nacional de freeride de Argentina. “Ellos saben usar una cuerda, un arnés. Saben cómo rescatarse a sí mismos, están en forma. Todo eso los hace aptos para aprender a esquiar fuera de pista mucho mejor de lo que yo lo hice en mis primeras experiencias en centros de esquí”, apunta Guzmán. “Yo tengo buena técnica y herramientas de esquí… (pero) estos tipos saben cómo salir de su zona de confort”.

Una vuelta a la vez

Incluso los guías pueden caer presa de los tiburones que aparecen al inicio de la temporada. Tomy Roy Aguiló rueda con estilo cerca del portezuelo del Cerro Crestón. Provincia de Santa Cruz, Argentina. Foto: Matthew Tufts

Ciertamente, la mayoría de los principiantes en El Chaltén no están tomando las líneas más intimidantes. Ellos le sacan partido al proceso. El creciente interés local ha permitido tener cursos de varios días para principiantes e intermedios muy asequibles, impartidos por la nueva generación de guías locales, que se centran en una nueva comunidad y han permitido financiar un refugio sustentable y de mínimo impacto construido bajo el Cerro Crestón (el primero en su tipo, construido para uso específico de esquí, en el sur de la Patagonia). Tal vez, más que cualquier otra cosa, lo que permite que esta comunidad continúe creciendo contra todo pronóstico es este enfoque igualitario para fomentar el esquí en la próxima generación, independiente de su habilidad, edad o situación económica.

“En Argentina, el esquí es un deporte de elite, es caro”, dice Laura Iriarte, profesora de inglés en la escuela local. Ella explica que ir con la familia a tomar lecciones por solo dos días a algún centro de esquí cerca de Bariloche costaría más que su sueldo mensual. Su situación hace eco de una historia de exclusión que resuena mucho más allá del hemisferio sur. “Pero no es el caso aquí en Chaltén. Cualquiera puede esquiar. Puedo conseguir equipo usado, luego te lo prestaré para que puedas aprender. Es el único lugar en Argentina donde las cosas son así. El esquí de travesía es gratis”.

Iriarte fue criada a las afueras de la capital Argentina, hija de un carpintero y una profesora. Sin embargo, poder esquiar es producto de los últimos doce años de Iriarte en las montañas de El Chaltén. Y no está sola en esta aventura, ella calcula que más de la mitad de la comunidad esquiadora local aprendió en las afueras de El Chaltén, una bien merecida vuelta a la vez.

“Es más difícil (aprender) pero está sucediendo”, dice Santi Guzmán. “Y si ellos están aprendiendo a esquiar aquí a los 30 años, entonces habrá una nueva generación cuando sus hijos consigan pieles y esas cosas, va a evolucionar y ponerse mejor, eso es seguro”.

Guzmán es dueño de Fresco, un bar que bien conocen los alpinistas del verano austral. Mucho después de la desaparición de las multitudes de la temporada alta, una clientela evidentemente local se filtra en el pequeño y cálido local, lugar de encuentro habitual de la pequeña comunidad del esquí. Es un ecléctico grupo de individuos. Los niños esperan por sus pizzas artesanales, un esquiador le muestra con entusiasmo a un escalador la foto de una formación de hielo divisada desde el camino, varios guías conversan sobre la familia con un lugareño que viste un mameluco de lona salpicado con pintura. Mi limitado español alcanza a distinguir una variedad de dialectos. “Nadie es de aquí”, me dijo una vez el barman. “Todos son inmigrantes”. No está exagerando. El Chaltén es el pueblo más joven de Argentina, oficialmente establecido en 1985. En muchos sentidos aún está en su adolescencia. La población continúa en rápido aumento, con nuevos integrantes buscando oportunidades de desarrollo económico en el turismo, pero el municipio está restringido geográficamente, situado entre el parque nacional y dos ríos entrelazados que bordean tierras privadas. La distinción entre terrenos públicos y privados evita la expansión de El Chaltén mientras trata de acomodar el incremento de tráfico turístico y el aumento de la población local, un tema que enfrenta a la mantención del encanto rural con las necesidades de incrementar la infraestructura. Los mismos temas calientan los ánimos en los aislados pueblos de montaña en el oeste de los Estados Unidos.

Una vuelta a la vez

Aprés ski en El Chaltén: El dueño del bar Fresco, Santi Guzmán, disfruta con sus amigos del tranquilo ritmo invernal en el pueblo junto a una IPA de media tarde. Cuando los días son así de cortos, el horario del happy hour varía un poco. Argentina. Foto: Matthew Tufts

Una de las locales con las que esquié estaba embarazada. No hay una maternidad en las instalaciones médicas del pueblo, por lo que los niños locales nacen en el hospital de El Calafate, a varias horas hacia el sur. Tal vez por eso dicen que nadie es realmente un local. Una madre me dijo que El Chaltén “tiene todas las ventajas de la vida rural, pero se beneficia de una variada cultura internacional que, generalmente, solo las grandes ciudades pueden presumir”. Los niños pueden correr libremente y todos conocen a sus vecinos, pero la influencia de un turismo diverso les enseña a mantenerse centrados y agradecidos del lugar donde crecieron.

Mirando alrededor del local, vi a esquiadores como Guzmán, Odell y el trío de guías a quienes con frecuencia acompañé a la montaña, compartiendo conocimientos, cervezas y, quizás lo más importante, aliento, con una variada selección de personas que seguramente no habían esquiado nunca en otro lugar. Miré a un niño pasar su dedo por la foto de una cumbre pegada en una muralla, estaba innegablemente trazando los giros de un descenso en la cara de la montaña. Puede que técnicamente nadie haya nacido en El Chaltén, pero este pequeño pueblo es la cuna de comprometidos esquiadores de montaña.

Una vuelta a la vez

Local Merlín Lipshitz hace una pausa para un momento de contemplación en el Parque Nacional Los Glaciares. Las nubes permitieron unas fotos fascinantes, pero también mantuvieron al couloir norte del Techado Negro como una impenetrable pista de patinaje. El clima siempre tiene la última palabra en la Patagonia. Argentina. Foto: Matthew Tufts

**Esta historia fue adaptada desde un artículo más largo, “How Good It Can Be: Grassroots Lines in Southern Patagonia, que será publicado en The Ski Journal, Vol. 14.2, en octubre 2020.**

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