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Carta de una madre a su pueblo

Eliza Kerr  /  Sep 7, 2018  /  4 Min Read  /  Climbing

If you love something, set it free. Eliza Kerr watches daughter Calliope (13) as she lowers herself out and begins to jug the infamous Nipple Pitch during the first known mother-daughter ascent of the Zodiac, El Capitan. Yosemite National Park, California. Photo: Eliza Kerr

14 de mayo 2017, Día de la Madre.

Queridos amigos, ayer salí por arriba del top en Zodiac, en El Capitán. Algunos de ustedes me han apoyado con lealtad y paciencia por casi seis meses mientras me preparaba y me preocupaba por esa aventura. Algunos de ustedes no tienen idea de lo que es Zodiac. No importa. Gracias por ser ahora parte de este viaje.

Probablemente he dicho esto antes, y si tengo suerte lo diré de nuevo: Este fue uno de los desafíos más grandes de mi vida. Uno pensaría que no sería para tanto, considerando que escalé Zodiac en 1995, pero esta vuelta se sintió completamente distinta.

Porque esta vez, lo hice con mi preciosa hija de 13 años, Calliope.

También fue diferente porque ahora soy mayor y tengo más conciencia, física y mentalmente. Se sobre la muerte en paredes grandes. Y también porque no había un tipo fuerte y con experiencia que pudiera sacarme de ahí.

Empezó a tomar formar cuando nuestra amiga Miranda dijo que se nos unía. Miranda es una mujer agraciada y de trato sencillo, el tipo de persona con la que quieres pasar tiempo. También resulta que es una tremenda escaladora con un montón de experiencia.

Mi entrenamiento comenzó en serio en enero: recordando cómo escalar en artificial, preguntando a todos los amigos escaladores de pared con experiencia todos los detalles de izar cargas, armado del portaledge, los peligros de cada largo. Estos amigos, generosa y pacientemente, revisaron conmigo cada detalle. Mi esposo, Nate, comenzó por ayudarme a preparar el equipo y calmándome en momentos de ansiedad, encontrando con gracia el balance entre estar ahí cuando lo necesitaba pero sabiendo que realmente quería hacer esto yo sola. Más importante, creyó en mí.

Adelantamos al martes pasado. Teníamos seis largos fijados y pre-izados. Estábamos tan preparadas como cualquier escalador de pared lo ha estado en el curso de la historia (¿cómo lo hice sobre la marcha mientras vivía en mi Volkswagen más de 20 años atrás?). Y aún así, estaba asustada y ansiosa. No en un buen día.

La tarde del martes, mi amigo y mentor de las paredes, Erik Sloan, me detuvo. Había estado ayudándome pacientemente con cada pregunta desde enero. ¿Cómo paso un nudo al izar? ¿Cuál es la diferencia entre un sky hook y un grappling hook? ¿Cuáles vivacs son mejores en una tormenta? Pero el martes, compartió su consejo más importante: Me dijo que sabía que estaba tan lista como podía estar. Era momento de dejar todas las preocupaciones a un lado y moverse a un lugar de aprecio, confianza, fe y gratitud.

En el curso de esa conversación, mi energía cambio completamente. Quedé totalmente entusiasmada, de forma positiva y aterrizada, por la ruta. Y me rendí sabiendo que todo estaría bien, sin importar nada. Vida o muerte incluidas.

Mientras alcanzábamos la base de la ruta temprano en la mañana del miércoles, vi Yosemite y El Cap con una mirada fresca y el corazón abierto una vez más. Dios, es un mundo hermoso este en el que vivimos. Los regalos son tan abundantes.

Calliope se equipó y empezó a ascender los 213 metros de cuerdas fijas que colgaban libres. La miré con asombro, con total confianza en mi pequeña niña, sabiendo que tenía una mente calma y las destrezas técnicas para hacer esto. Y también yo.

El Día Uno fue largo. Tanto trabajo. Miranda y yo tuvimos unas orgullosas caídas punteando. Todas llegamos al top del noveno largo justo antes de oscurecer, lidiando con los portaledges y disfrutando unos deliciosos bocados fríos bajo la brillante luna llena. Agotadas. Pero fue divertido. ¡Lo estábamos haciendo!

Carta de una madre a su pueblo

Calliope y Eliza se toman una selfie antes de la cena en su portaledge, en Peanut Ledge. The Zodiac, El Capitán. Foto: Eliza Kerr

Día Dos. Nos despertamos con músculos adoloridos pero ya teníamos nuestro ritmo. Fue un hermoso día soleado, con el río Merced inundado reflejando interminables cascadas y granito. Tras un completo segundo día, estábamos agradecidas de que nuestro vivac de esa noche tenía una mínima terracita. Se sentía tan bien descansar los pies en algo sólido.

Día Tres. Nos levantamos con una nubes dramáticamente arremolinadas, temperaturas caídas y 40 porciento de probabilidades de lluvia. Se sentía como la Patagonia. Solo nos quedaban tres largos para el top, pero eso suena más rápido de lo que es. Calliope estaba estoica y positiva. Era duro para Miranda y para mi quejarnos mucho por nuestras manos congeladas mientras liderábamos los largos.

Cuando terminábamos el último largo Nate asomó su cabeza sobre el top, para saludarnos con su espalda fuerte y un termo de té caliente. Fui la última en subir el último largo, y tuve un momento para mí mientras mis emociones afloraban, sabiendo que lo habíamos logrado de forma segura.

Se podría decir que ese hubiera sido un buen día para morir, pero no era nuestro día. Estaba abrumada de gratitud por las personas en mi vida, por la roca y el río y el sol y la belleza en la que vivimos, y por el misterio de la creación que podía sentir tan tangiblemente. Justo entonces, justo ahí.

Esta historia apareció originalmente en el Catálogo de Primavera 2018 de Patagonia

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